viernes, 31 de marzo de 2017

RENUNCIAR

Renuncio hablar desde una posición de poder. Es cómodo y sienta bien presentarse frente a cincuenta, doscientas, quinientas personas a la semana y desde un pequeño pero duro tabique, colocarse sabedora de ciertos conocimientos y, por ende, de ciertos privilegios que otorgan el que, a través de nuestras decisiones, le digamos a Pedro o Lucia, que “merecen o no” acreditar la asignatura. La cuestión es mucho más compleja. Somos efímeros acompañantes en un tránsito de su vida, pletórico de dudas, rebeldías y confusiones. Ser solo una figura de autoridad y medir desde el control y la obediencia, nos convierte en un riesgo potencial para su normalización y eso implica una adaptación sin más al presente mundo, ese que no se cuestiona, ese que se conforma con que las/los jóvenes “cumplan” ciclos escolares o deserten de estos otros ejercicios de violencia, distintos al de casa, pero también seriamente represivos. Las y los estudiantes con las que comparto clases, no queremos ser parte de las estadísticas y de toda una estructura que nos signa números y resultados cuantitativos. ¿Dónde entonces se encuentra nuestro reto de cambiar al mundo, de hacer una revolución de la vida cotidiana?



Renuncio a circunscribir mi vocación docente al régimen gubernamental en turno, “ponerme la camiseta” desde el sistema de competencias que el plan sexenal exige, “mirarme como un agente del cambio” que coloca la postal mediática y justifica presupuestos. Soy una profesora, y una humana que piensa que la dimensión de la otredad es amplísima y sinuosa, precisamente por ello, con oportunidades magnificas de compartir ideas, de abrir curiosidades, de invitar a reflexiones críticas que traspasen un deber ser o una matrícula que recibe un salario cada quince días.
Cuestionamos a los estudiantes, cuestionamos a las autoridades y al sistema. No soslayaré lo cruento de la situación actual en nuestro sistema educativo, pero también haré énfasis en nuestro propio papel docente, por ello pregunto: ¿Cuándo nos toca nuestra auto-crítica? He ahí uno de los retos principales que nos permitirían también algunas claridades en satisfacciones aún no sospechadas. La renuncia al poder que da la oportunidad de ser parte de su propio empoderamiento.
De entre muchas, muchísimas personas de las que aprendo, pienso constantemente en una adolescente pakistaní que a los dieciséis años dijo: “Tomemos nuestros libros y nuestros lápices. Son nuestras armas más poderosas. Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”. Ella Malala Yousafzai como muchísimas mujeres que se les ha pretendido negar su derecho a estudiar, y que lo han defendido, incluso hasta con su propia vida, han cambiado su mundo y también sin saberlo, han cambiado el mundo, y nos han enseñado que en la educación está el germen de una potencial transformación social.
Sin embargo, también renuncio a pensar en un modelo único o en una respuesta que realmente haga de nuestro quehacer docente una acción única y especial. No quiero enunciar verdades, sino participar en una construcción permanente de hipótesis que, aunque tienen humana falibilidad, también cisman y nos permiten cuestionar endebles certidumbres.

Mi nombre es Diana y dentro de las decisiones importantes que he tomado en la vida, me dedico a ejercer la docencia desde la filosofía, de ahí que sostengo: educar es otro modo de hacer política, revisar desde la radicalidad, (es decir desde la raíz) el tipo de relaciones que establecemos con los/as otros/as. Este es el espacio para cuestionar por principio, el lugar de confort de poder-saber dixit, y comenzar a plantear lo fundamental de la colectividad.

DIANA MARINA NERI ARRIAGA

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