Y pienso a Anayelí, en su
vida cotidiana y la sonrisa con la que aparece en la foto.
Pienso en Liliana y sus
doce años de vida correndona y probablemente llena de adolescente alegría.
Pienso en Erika y su
decisión de estudiar enfermería y -otra
vez- esa sonrisa que inunda y contagia.
Pero no puedo
inevitablemente pensar en los seres humanos que las secuestraron y después las
asesinaron, no puedo obviar el horror y la tortura, en mi cabeza ronda
constantemente chispazos de su muy probable desesperación, del momento en que
sus captores decidieron que “debían” morir.
¿Por qué? ¿Qué puede
llevar a una persona a asesinar de este modo a otro y dormir tranquilamente por
la noche?
No quiero apelar a
argumentos morales que generalmente llevan a falacias hominem, prefiero
reflexionar sobre la condición humana y todas las razones, contextos,
aconteceres que nos llevan a actuar como lo hacemos…
Pero, no. no lo logro
entender y no es que la rabia o la
impotencia me inunden, sencillamente no alcanzan las herramientas de la razón
para explicar, para seguir caminando sin que el dolor por las miles de mujeres
que ahora ya no están, que nos han sido arrebatadas colme el paso, pasme el
aliento.
¿Cuántas veces los vamos
repetir? No sólo nos faltan los 43, nos faltan lxs miles de desaparecidxs,
secuestrdxs, asesinadxs, nos faltan a quienes entre vorágine de nuevas muertes,
nuevas noticias el olvido los deja en tercera plana.
VIVXS SE LXS LLEVARON
VIVXS LXS QUEREMOS
VIVAS NOS QUEREMOS.
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