jueves, 24 de abril de 2008

EL CUERPO PORNOGRÁFICO DEL MARQUES DE SADE. ¿ES NUESTRO MODO ACTUAL DE MIRAR Y ACTUAR CON EL OTRO, ANTE EL OTRO?



EL DIVINO MARQUÉS:
¿TRANSGRESOR O COHERENTEMENTE MODERNO?


El espacio que ocupe la fosa, una vez recubierta ésta será sembrado de bellotas con el fin de que, pasados los años, el lugar recobre su primitivo aspecto y desaparezcan de la superficie de la tierra las señales de mi tumba, como es mi voluntad ¡Así se borre mi memoria del espíritu de los hombres, como deseo…![1]

Te imagino loco, lúdico, rabioso y distante.
Siempre tomando distancia a la forma, calculando los pasos, fabricando los espacios del orden.


Querido Marqués: Llegaste a irrumpir en los victorianos, a desafiarlos, a mostrarles los nuevos y deliciosos caminos del placer, les untaste en el rostro un nuevo modo de posicionarse en el mundo y al mismo tiempo, les diste “(...)la expresión razonada del sentido de frenesí, sobre la negación de los cuales la conciencia fundó el edificio social y la imagen del hombre;”[2] además de construirles un imaginario de control razonado sobre el frenesí, de ahí que lograses conquistar sin que éste lo supiera, al hombre moderno y colocaste en su palabra la reflexión sobre el éxtasis, la voluptuosidad que el cuerpo le transmite al pensamiento. Mediante tu obra no solo nos hablaste del banal desenfreno de una conducta sexual, sino designaste un modo de ser, de estar, una concepción distinta con relación a como nos miramos, nos posicionamos frente y con el otro.


La forma en la que el cuerpo libertino desde la noción sadiana se afirma y muestra, pone en cuestión y da pie a una eminente ruptura a toda la lectura de los signos anteriores al siglo XVIII, se establece una nueva organización en las estructuras de la espacialidad y temporalidad dando cuenta del establecimiento de un nuevo modo de producción y la imposición de novedosísimas técnicas de dominio.[3]


El discurso del Marqués parte desde su noción de cuerpo, el cual se posiciona como un reflejo de la construcción social, asistiendo a un cuerpo que no es siquiera un órgano o un organismo, es una fatua maquina que se mueve a capricho de quien sostiene el poder, otra maquina que se establece en aquél momento como orquestante de mis movimientos, ejecutor de su placer. En este sentido, no hay otro, no hay mirada y por ende es imposible un intercambio, un fluido, una huella que me comunique con el universo de la otredad, es decir, un ojo que tierno o furioso me señale mi existencia, no hay sino un basto teatro organizado por un ejecutor sin piel ni carne, pero si con una razón que ya tiene señales de instrumentalidad que sigue todas las acciones de un director magno.
Marqués he de reconocerte el logro de que las discusiones dejaran el ámbito técnicamente academicista, ya que aterrizaste el discurso en la cotidianidad, en los salones, en los prostíbulos, en los gabinetes, en las alcobas e incluso en los tocadores.


Sade alecciona en todos estos escenarios a sus personajes sobre el credo ilustrado: ateísmo, materialismo, individualismo, relativismo, libertinaje.[4]
Se trata de “(...) un mundo de la reiteración sin fin, pero esta incansable repetición se sitúa en niveles diferentes y múltiples. El personaje libertino busca desesperadamente, por la repetición de sus actos, alcanzar un absoluto que siempre se le escapa”.[5]


Y Sade quien ha probado la trinidad que domina su existencia: Libertinaje, prisión, escritura[6], se arriesga y le apuesta a la filosofía, “(...) no como el arte de consolar a los tontos, sino su única meta es enseñar la verdad y destruir los prejuicios.”[7] Y en este precepto, el marqués es coherente, al fin y al cabo, igual que los modernos pretende edificar: su verdad.[8]

EL PODER COMO ORDEN ERÓTICO INSTITUCIONAL
Y LOS ELEMENTOS DE CUERPO E INDIVIDUALISMO SADIANO.
¿EXISTE UNA NOCIÓN DE OTRO EN EL DIVINO MARQUÉS?

¿El otro, Marqués? ¿Este otro existe para ti o es la tecnología resultante de un cuerpo/otro entendido como cuerpo/máquina, cuerpo/deseante que se creó para nuestros propósitos?
La obra de Sade es una tentativa sin paralelo por aislar y definir ese principio único que es la fuente del erotismo y de la vida misma. Empresa dudosa: si en verdad existe ese principio, se presenta como una pluralidad hostil a toda unidad.[9]

Sade te subyuga y te enseña sus territorios en donde el cuerpo no es una zona, sino una basta línea geográfica, donde cada continente puede ser devastado. Los espacios, como dijese Foucault, pueden inscribirse en las redes discursivas del saber/ poder.[10]
Es curioso, nuestro autor intenta subvertir al poder con la crueldad del ejercicio del poder, se burla de las instituciones y hace de la familia, la monogamia, el clero, los jueces, y otros etcéteras su punto clave de las gazmoñerías. Sin embargo un falsa dicotomía poder vs, poder se desnuda con Sade, que en su muy particular forma, continua erigiendo instituciones y perpetuando jerarquías. Ahora el poder no solo es ejercido, sino gozado, produce el éxtasis más supremo, la degradación del otro/objeto, es el momento más sublime del poder. Cito a Roland Barthes:
También a veces, el orden erótico es institucional; nadie lo asume, es cosa de la costumbre: las religiosas libertinas de un convento de Bolonia practican una figura colectiva, que llaman el rosario, en el que las “ordenadoras” son religiosas de más edad, colocadas en cada novena (por esta razón, cada una de estas regidoras recibe el nombre de pater). A veces, más misteriosamente, el orden erótico se establece por sí mismo, ya sea por exhortación previa, por presciencia colectiva de lo que hay que hacer, por conocimiento de las leyes estructurales que prescriben completar de una forma determinada una figura comenzada; este orden súbito y aparentemente espontáneo, Sade lo indica con una palabra: la escena está en marcha, el cuadro se dispone[11].

Confirmamos que los dispositivos de poder tienen una relación inmediata y directamente con el cuerpo el que se fragmenta y razona, cuerpo despedazado que se profana y organiza sexualmente hasta su más extrema cosificación.
Hablamos ahora de un interesante movimiento de cosas que se empalman con otras cosas y que sus pasos son descritos en la burocracia de una escritura que todo lo organiza, que todo coloca en supuestos excesos que aturden o convidan.
El cuerpo máquina es un invención que históricamente nos remite a Paracelso y por supuesto a La Mettrie, y además que comienza en la literatura desde la presentación del Golem, sin embargo Marqués, tú Juliette pudiese llevarse un titulo digno en este camino. ¡Cómo olvidarla! Hermosa máquina con la silueta y las funciones más externas de un cuerpo al que colocas como humano.
Eso si, hemos de admirar tú precisión, dado que el mundo Sadiano es estrictamente racional y práctico.[12] En su aguda tecnología de la crueldad, se experimenta a fondo los diversos terrenos del dolor. Abrumadoramente anal, excrementicio y sangriento.
No habla sólo de sexo, sino de tortura y muerte. Y no se trata del dolor como una sensación, sino como una vivencia que involucra la totalidad de lo humano. Además éste dolor tiene que ver con la invasión de lo otro, y cuando es infringido por un agente externo (como los favoritos del Marqués) tumban el cuerpo, cancelan el equilibrio, traspasa la piel, rompen todos los límites hasta hacer del placer un grito de dolor o del grito de dolor, un placer.
Un hombre estrangula a una madre mientras está jodiéndola por el culo, después da vuelta al cadáver y lo penetra por el coño. Más tarde asesina a la hija con un cuchillo. Finalmente lanza ambos cadáveres al fuego de una hoguera, y eyacula mientras los ve quemarse.[13]

Gemidos, llantos, gritos, desgarramientos, descomposición que nos muestran además una dimensión estética que juega con otros caminos de la belleza.
La sexualidad ultra violenta va a ser el modo en que va a articular los efectos devastadores de la dominación de los unos sobre los otros. La orgía dolorosa, la herida, el suplicio genital, la infección deliberada se expresan no sólo por las dosis de dolor ocasionado, sino, especialmente, por la impotencia y repugnancia que producen los responsables de ese dolor, de esa orgía hiriente, de ese prolongado asedio genital[14].

En la administración del dolor que los personajes sadianos le aplican a sus víctimas, -sostengo- que además se trata de atacar al sexo. Dice Foucault:
El sexo no es cosa que solo se juzgue, es cosa que se administra. Participa del poder público, solicita procedimientos de gestión; debe ser tomado a cargo por discursos analíticos. En el siglo XVIII el sexo llega a ser asunto de policía... no en el sentido de represión sino en el sentido de mejoría ordenada de las fuerzas colectivas e individualizantes.[15]

Se establece un discurso sobre la sexualidad que compromete un conjunto de prácticas disciplinarias, regularizadas, modeladas y compuestas según el rastreo continuo de la fidelidad a nuestra naturaleza, lo que implica vivir entonces, con las más experiencias y prácticas posibles, inscritas en el cuerpo/objeto/deseo. Sade es un ingeniero de las “Máquinas de la voluptuosidad”[16]. O como dice Deleuze, todo un despliegue argumentativo de los actos realizados.
Sade inventa con frecuencia verdaderas máquinas, voluptuosas o criminales. Tenemos aparatos para hacer sufrir: máquina de fustigar (dilata - las carnes para que aparezca enseguida la sangre), máquina de violar (de Minski), máquina de preñar (es decir, de preparar el infanticidio), máquina de hacer reír (que produce “un dolor tan violento que el resultado es una risa sardónica, muy curiosa de examinar”). Hay máquinas de placer; la más estudiada es la del príncipe de Francaville, el señor más rico de Nápoles: la que se aloja en ella recibe un consolador suave y flexible que, movido por un resorte, la somete a un roce perpetuo; cada cuarto de hora se lanzan “en la vagina oleadas de un licor cálido y pegajoso, cuyo olor y viscosidad hacen pensar en el esperma más puro y más fresco”; en otro momento, la máquina se vuelve fetichista, aislando las partes que desea acariciar una y otra vez; también hay máquinas que combinan las dos funciones: amenazan cruelmente para obligar a adoptar una postura adecuada.[17]

La realización sexual deviene de la participación de órganos; los falos son fuelles, tubos o piedras que se clavan incesantemente, y las vulvas, coños, y anos, simplemente orificios que desfloran nuevas y cada vez más osadas emociones.
Encontramos que Sade “(…) ha experimentado de inmediato el coito como crueldad, desgarramiento y falta”.[18]
Cuerpos que ponen a prueba “el reino del paraíso sexual”.[19] Pirámides y composiciones corporales que son marcadas por un ritmo, un tiempo y espacio en donde el cuerpo casi enjuto es penetrado, sodomizado, golpeado, excretado, fornicado, deyectado, insuflado, complejamente arrojado a la sodomización, la violación multitudinaria, el incesto, la prostitución, la flagelación en todas sus variantes, y por supuesto a la deliciosa sensación del crimen.
-No puedo más- dice Clairwil en cuanto estuvimos solas- el libertinaje me arrastra a crueldades; inmolemos una víctima... ¿Has reparado en ese guapo muchacho de dieciocho años que nos besaba con tanto ardor? Es hermoso como un ángel, y me vuelve terriblemente loca. Hagámosle pasar a la sala de tormentos lo degollaremos....Hicimos pasar a nuestra víctima en un gabinete adjunto a esta sala, donde encontramos todo lo necesario para el suplicio destinado a este joven. Fue tan largo como terrible: la infernal Clairwil bebió su sangre y se tragó uno de sus cojones.[20]

Dice Miguel Ángel Morales: “(…) Sade no establece una dialéctica del deseo o de nuestras aspiraciones ocultas, todo se encuentra en la mecánica de la voluptuosidad y en el instante del goce”.[21]


¿QUÉ SOMOS LAS MUJERES EN EL UNIVERSO SADIANO?


Los cuerpos entonces son eficaces y efectivos para sus objetivos; se trata de programarlos y desprogramarlos, a fin de poderlos manejar y manipular fácilmente. Así es posible encontrar que en su orden, utiliza los cuerpos como variadas cosas que se requieren según los intereses del libertino en su racionalidad de placer.
Ahora bien, tal cosificación es desenvuelta de manera magistral con las particularidades del cuerpo y el ser femenino; se trata en especial de desmitificar todo lo que provenga de una madre, una esposa o una hija; es una carrera desenfrenada por el desprecio y la demostración de la total inutilidad de este sexo, piénsese por ejemplo en sus principios contra la maternidad, en la fuerza con la que se denosta la aparente praxis de la femineidad, de la argumentación dialéctica racionalista de las figuras exaltadas del opresor/oprimido; y las mujeres presentadas como figurillas de porcelana, con superficie satinada y virtuosa que al ser en demasía profanadas, fustigadas, vapuleadas, llenas de excrementos, sangre y semen, se convierten -sin más- en la humanidad común, en –sencillamente- ese otro/otra, inexistente para nuestro Sade.
Dice el Marqués: “Oh, niñas voluptuosas entreguen pues sus cuerpos, tanto como puedan, forniquen, gocen, he ahí lo esencial”.[22] Sin embargo,
(...)tenemos una mujer empaquetada, envuelta, tocada, disfrazada, para borrar toda huella de sus anteriores atractivos (figura, senos, sexo); se produce una especie de muñeca quirúrgica y funcional, un cuerpo sin delantera (horror y desafío estructural), una venda monstruosa, una cosa.[23]

Esta cosa –siguiendo nuestra cita- es la que debe ser profanada y abierta al vuelco del goce de sus oquedades, cuerpo voluptuoso que sin ser abierto debe ser sometido al placer. Pero no su placer, sino como herramienta brevemente útil, al servicio de quien lo necesite.
Expone en Juliette:
No debemos dudar que entre un hombre y una mujer hay una diferencia no menos grande y notable que entre el hombre y el mono de las selvas. Tendríamos tan buenas razones para negar a la mujer el derecho de formar parte de nuestra especie como para negar al mono el título de hermano. Examínese a una mujer desnuda junto a un hombre de su edad, desnudo también él y se verá fácilmente la notable diferencia que existe entre la estructura de estos dos seres; se verá claramente que la mujer representa el grado inferior del hombre; las diferencias subsisten en el interior, y el análisis anatómico de una y otra especie[24].

Cuando una mujer llora y está horrorizada exclama Sade victorioso: “(…) Así mi gustan las mujeres... ¡ah por que no puedo reducirlas a todas con una sola palabra a ese estado!”[25] y en otra obra: “(…) Locas criaturas como gozo viéndolas debatirse entre mis manos, es como el cordero en las garras del león”.[26]
Y es magistral el discurso del Conde Belmor, en un pasaje de la obra Juliette, que estremece y perturba cuando dice:
¿Es muchacha?, ciertamente exhala un olor malsano; si no es ahora será después: ¿Vale la pena entusiasmarse por una cloaca? ¿Es mujer? estoy de acuerdo en que los retos de otro pueden excitar un momento nuestros deseos, pero, ¿nuestro amor?... ¿Y además, que se puede idolatrar en este caso? El patrón de una docena de hijos...Representadla cuando de a luz, a esa divinidad de vuestro corazón; ved esa masa informe de carne que sale, viscosa e infesta, del centro de donde creéis encontrar la felicidad; por último desnudadla, aunque en otro momento, a ese ídolo de vuestra alma; ¿Acaso son esas dos piernas cortas y zambas lo que os vuelve loco? O ese pozo impuro y fétido que sostienen? Ahhh. Quizá sea esa falda plisada, que cayendo en ondas flotantes sobre esas mismas piernas, exita vuestra imaginación? ...¿O esos dos globos flácidos que cuelgan hasta el ombligo? ¿O quizás vuestro homenaje va dedicado al verso de la medalla? Y que no son solo dos trozos de carne fofa y amarillenta, que encierra un agujero lívido que se une al otro, OH¡ si seguramente son esos encantos los que complace vuestro espíritu ¡Y para gozar de ellos es para lo que os rebajeís por debajo de la condición de los animales más estúpidos... es ese tono desabrido, o ese sonido de voz semejante al de los gatos, o ese puterio, o esa mojigatería, esa inconsecuencia... ¡sí, si¡ los veo son esos atractivos los que los retienen, y sin duda justifican vuestra locura.[27]

Entendámoslo dice este personaje sadiano, que no es sino su misma voz. Las mujeres somos receptáculos sexuales, es decir, solo trozos de cañería, por lo que en especial está la condena de ser madre, lo cual duplica el ultraje. No olvidemos que precisamente las peores torturas en el castillo de Silling en “las 120 jornadas...” son reservadas para Constanza que está embarazada, o como se infecta y cose a Madame de Mistival en “La filosofía del tocador” por ser la representación viva de la madre sumisa y virtuosa, o la forma en que se les da muerte a las cuatro embarazadas por el Duque Leopoldo en “Juliette”.
De la Beauvoir apuntó una categoría clave: “¿Acaso Sade no odiaba lo femenino porque veía en ello no el complemento sino su doble, del cual nada puede recibir?”[28], una mujer que se mira como “(...)objeto de deseo queda entonces definida de modo pasivo”[29], y por el contrario, el ser sujeto activo es actuar tal y como los masculinos lo hacen, cumpliendo los fines de la naturaleza, de ahí que entonces, Juliette es una “mujer que actúa de acuerdo a los preceptos y hasta las prácticas de un mundo de hombres, y por tanto no sufre. Pero en cambio, causa sufrimiento”.[30]
Concluimos sobre este particular que en Sade no existe ni por asomo, el borde femenino como lo otro diferente y secreto que pulsa la marginalidad del género. Los códigos dominantes siguen configurándose como una práctica donde las relaciones de poder son una red microfísica de fuerzas, espacios, territorios y dominios a indicar de M. Foucault.
Y lo dijimos ya, en territorio del Marqués el cuerpo es objeto de poder. Esto a partir de la noción docilidad / rebeldía. “También los procesos de codificación de un cuerpo pasa por los pliegues del tiempo, espacio y movimiento en una relación de sometimiento/utilidad” [31].
Al ser analítico, el lenguaje solo puede atrapar el cuerpo si lo fragmenta: el cuerpo total está fuera del lenguaje; solo llegan a la escritura fragmentos de cuerpo, para que se vea un cuerpo, o bien hay que desplazarlo, refractarlo en la metominía de su vestimenta, o hay que reducirlo a una de sus partes; la descripción se vuelve entonces visionaria, se recupera la felicidad de la enunciación acertada.[32]

EL CASTILLO DEL CUERPO COMO SOMETIMIENTO

El poder, el saber y el placer son tres conceptos que se enlazan siempre en la disertación sexual sadiano en donde los libertinos infiltran y controlan nuestros cuerpos a través del placer.
Todos los actos eróticos son desvaríos, desarreglos; ninguna ley, material o moral, los determina. Son accidentes, productos fortuitos de combinaciones naturales. Su diversidad misma delata que carecen de significación moral.[33]

Damos cuenta de que la idea del sujeto nacida en el renacimiento se exacerba con la reafirmación yoíca del individualismo sadiano. El otro solo existe en la medida de la necesidad del libertino; es una máquina ejecutante que debe recomponerse y operar de acuerdo a la composición de la obra, actúan como orquestadores, cómplices o víctimas. La actuación sexual es un acto de equilibrio entre la pasión y razón, donde no hay desborde, ni vértigo, ni desorden o experiencia de límite, sino autoritarismo y represión. Bajo tales condiciones, la concepción y el proyecto sobre el otro está negada. De ahí que diga Barthes: “(…) La práctica sadiana está dominada por una gran idea de orden: los “desarreglos” se organizan enérgicamente, la lujuria no tiene freno, pero sí orden”.[34]
Sade gusta clasificar, numerar, sistematizar e imponer un argumento y un principio a sus notas, apuntes, esbozos, borradores, número de páginas, número de fluidos, orgasmos, eyaculaciones posiciones. En cada acontecimiento organizado por Sade existe el orden realizado con base en reglas, artículos, cláusulas, incisos tiempos de intercambio, tipos de espacio, horarios de comida, disertaciones teóricas, historias alusivas a la ocasión y se conduce por proyecto, uso y conocimiento de la materia, preliminares, akmé y final respecto a la variedad de goces, todo el proceso enseñanza aprendizaje.[35]

Los cuerpos, gritan sobre el peso de su propio cuerpo, gritan de cansancio, de desgaste y combate emocional.
En el escenario-tablero-lleno-de-mesas-imposibles, el cuerpo máquina sadiano está acompañado de otras máquinas que refuerzan las tensiones, esfuerzos y desgastes de los cuerpos imaginarios que se duelen y sostendrían en caso de que existiera, a todo sujeto.
Pero este tablero tiene que ser exacto, ya que a Sade tal y como paradigma de lo moderno, le preocupa el orden[36], el tiempo y la acción; se interesa por la particular coherencia del libertino, quien soberbiamente desempeña su papel de orquestador, y donde precisamente, todas las escenas lubricas están compuestas con sumo cuidado; sus personajes desde este lado del juego siempre son bien diferenciados, nunca les establece mediocridad o lugar común, sino tiene un papel magno que representan a la altura.
Libertinos que aceptaron el vicio como modo de vida (Juliette, Clairwil, Belmor, Saint Fond, Minski, Blangis, Curval, Durcet, Dolmance, etc), libertinos que se esfuerzan por crecer en el ámbito (Bernis, La Durand, Sbrigani, Albaní, Olympe, Norceuil, El caballero, Saint Ange, etc), virtuosos a los que se impulsa con buen éxito o se les obliga a vivir en el vicio (Augustine, Sophie, Justine, Aline y Valcour, Eugenie etc), y el pueblo, (cómo olvidar a Agustín) a quien desprecia y son objetos indispensables para decorar la escena, máquinas bien dotadas en el caso masculino, y bellos traseros alertas a ser profanados en el caso femenino. Solo eso. Desprecio.
Dice Sade en un diálogo entre Norceuil y Juliette después de la celebración de una orgía: “(…) -¡Qué imbéciles son estos seres - Dice Norceuil-; son las máquinas de nuestras voluptuosidades, y eso es demasiado poco para sentir nada”.[37]
Con esta precisión, es el esquema de la actividad más importante que el contenido mismo[38], elementos que se conjugan con la virtud y el vicio en su más grado extremo, elementos que se hablan pero sin comunicación.
Los héroes de Sade no comunican con la carne que sajan, no le dan al otro el placer, se niegan a fundirse en el nudo carnal; están perpetuamente aparte, tensos dentro de un proyecto que los desplaza. En su aislamiento magnífico parecen afirmar que el negocio es entre ellos y una trascendencia que no alcanzan, pero tampoco rechazan. La gran flaqueza de Sade es su incapacidad de asumir el vacío[39].

Por ello, nos atrevemos a hablar de una arquitectura del encierro, del pleno castillo del mutismo de los seres tal y como nos sueñan la imaginación del poder en la cultura occidental, aquella donde gracias al espacio que constituye el movimiento y acción se pueda controlar, medir, señalar y utilizar a los seres que dotados como el libertino de la plena naturaleza se entregan a vivir en un castillo inmenso, complejo donde nada se divierte o escapa, todo se vigila y acomoda.
El encierro sadiano es encarnizado: tiene una doble función: en primer lugar, por supuesto, aislar, proteger la lujuria de los recursos punitivos del mundo; sin embargo, la sociedad libertina no es solamente una precaución de orden práctico, es una cualidad de existencia. Una voluptuosidad del ser, conoce pues una forma funcionalmente inútil, pero filosóficamente ejemplar: en el seno de los retiros a toda prueba siempre existe, en el espacio, un “secreto” al que el libertino lleva a algunas de sus víctimas, lejos de toda mirada, incluso cómplice, donde está irremediablemente solo con un objeto –cosa muy singular en esta sociedad comunitaria; este secreto es evidentemente formal, porque lo que allí ocurre, tanto del orden del suplicio como del crimen, prácticas muy extendidas en el mundo sadiano no tiene necesidad alguna de permanecer oculto...El secreto sadiano es sólo una forma teatral de la soledad: desocializa el crimen por un momento; en un mundo profundamente penetrado por la palabra, hace realidad una extraña paradoja, la de un acto mudo; y como no hay más realidad en Sade que la narración, el silencio del “secreto” se confunde enteramente con el blanco del relato: el sentido se detiene.[40]

Reflejo de una sociedad jerarquizada. Castillo para los otros en la ignorancia y reclusión, pero también castillo sadiano que refleja el estado “permanente” de la propia vida del Marqués, estableciendo entonces el castillo como cuerpo, la prisión como organismo, estructura entorno a un centro, un núcleo.
Una vez encerrados, los libertinos, sus ayudantes y sus súbditos forman una sociedad completa, dotada de una economía, una moral, una palabra y un tiempo, articulado en horarios, trabajos y fiestas. Aquí como allá, el encierro es lo que permite el sistema, es decir, la imaginación.[41]

En la obra “los ciento veinte días...” es el magno ejemplo de la combinación entre organismo actuante y palpante discurso. En este castillo es el cuerpo un cuarto cerrado sin posibilidades, donde, si bien existe libertad en términos de irrupción y desafío, (pues precisamente se trata de vivir contra el poder y el orden social con todas sus implicaciones: familia, valores, religión, moralidad, ley, por lo que el castillo, ese cuerpo preciado, es un refugio, punto de “liberación”, espacio de “insaciabilidad del deseo”) es al mismo tiempo, reafirmación de identidad donde se configuran otros poderes, es un castillo replegado sobre sí mismo “(...)Se abre para el libertino ante el temor de verlo dispersarse, desparramarse y morir”.[42]


El castillo es el lugar donde el libertino triunfa sobre sus finitudes, disipa el verdugo ante el espacio por una arquitectura limitada y ramificada, a la vez en infinitas profundidades; logra allí acabar su angustia por la muerte, dándola justamente a incontables víctimas y asociando la muerte con la imagen del placer.[43]


No cabe duda: El Castillo es la morada, el sitio y la imagen de la obra entera de Sade.
Cuánta razón tiene Beatrice Didier al decir: “(…) obra castillo es el sitio cerrado donde se expresa el deseo mediante el discurso y cuyo encierro mismo es liberador, pues la obra afirma su triunfo sobre el espacio, el tiempo y la muerte.”[44]
Con estos elementos y a partir del texto sadiano, hemos considerado la manifestación latente de la modernidad a partir del cuerpo recortado, inventariado. Un cuerpo máquina que está comprometido al “destino de las pulsiones”. Pareciera que “(…) el prójimo es antes que nada un dispositivo que empalmar al suyo”.[45] Lo que le interesa al discurso sadiano del cuerpo, son todos los elementos objetuales que permita una adecuada regulación de mi goce, “la mejor conexión de los dispositivos”.[46]


La máquina total es un sistema ponderado (Justine aguanta, todo el peso descansa sobre ella) y abierto; lo que la define es el encadenamiento de todas las piezas, que se combinan unas a otras como si se conocieran en función de su memoria y no hubiera que improvisar nada. La máquina viva una vez instalada, ya puede ponerse en marcha. Una vez en funcionamiento, tiembla y susurra ligeramente con los movimientos compulsivos de los participantes...Ya solo queda vigilarla, como un buen obrero que recorre, lubrica, aprieta, ajusta, cambia, etc.[47]

No queda más. Tomaré lo que más me apetezca de la máquina de fornicar, culos, tetas, coños, sujetaré brazos y alzaré piernas. Entraré en trance con una absoluta despersonalización, no es mi cuerpo como frontera o régimen de experiencia, es la reducción maquínica, el imperio de la productividad máxima.
En Juliette lo expone magistralmente:


Inmediatamente mi cuerpo fue utilizado con un acerico de vergas de toda especie y tipo, que se clavaron en él, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis...Hasta que perdí la cuenta. El asalto no se interrumpía, cubo tras cubo de esperma hirviente se vaciaba dentro de mi, miembro tras miembro penetraba en mi boca, en mi culo, en mi coño.[48]

La “(…) saturación de toda la extensión del cuerpo es el principio de la erótica sadiana: se trata de emplear (ocupar) todos los lugares diferenciados”.[49]
Los anteriores elementos nos permiten mostrar que en la modernidad y de acuerdo a los parámetros sadianos es el cuerpo una maquina gobernada por el placer, un cúmulo de órganos donde se enumeran y depositan el “(…) agotamiento de las posibilidades de destruir a los seres humanos, de destruirlos y gozar con el pensamiento de su muerte y de su sufrimiento”.[50]


Gocemos tal es la ley de la naturaleza. Y como es imposible amar durante mucho tiempo al objeto del que se goza, sufrimos la suerte de todos los seres que justamente rebajamos por debajo de nosotros, y que encadenados por la fuerza mucho más que por la razón. ¿Acaso el perro o la paloma reconoce a su compañera cuando ha gozado de ella? Si el amor lo inflama un instante, ese amor no es más que necesidad, y tan pronto como este satisfecho viene el disgusto o la indiferencia, hasta el momento de un nuevo deseo.[51]

Se trata del reflejo del hombre contemporáneo, de usar al cuerpo como conducto del “placer a todo precio”,[52] lo que facilita la valorización de las partes corporales y particularmente en la exigencia de las posibilidades sexuales que determinan al individuo, medidas éstas en cuanto a la forma y el tamaño.


La “estética” está contemplada a partir de la medida exterior y el funcionamiento. Sade, siendo ahora vivido en cualquier encuentro o aspiración de hombres y mujeres modernos, gusta de pieles blanquísimas, senos firmes, culos redondos y compactos, pequeñas cinturas, expresiones como “(…) ostentaba la figura flexible y firme de una muchacha de diez años menos”[53] o “(…) tenía puesta una enagua casi transparente que permitiría contemplar con ventaja los globos llenos y redondos de sus pechos y una cinturita de avispa que se ensanchaba en la magnificencia abombada y admirable de sus caderas”[54], son recurrentes y dan forma al cuerpo sadiano, cuerpo que se cerca a partir de sus contornos físicos, que se plastifica e inventaría a partir de los elementos anatómicos que se le trabajen y moldeen. “(…) Para complacerse en humillar la carne, en exaltarla, era preciso otorgarle valor, ella carece ya de sentido y de precio si se tiene que considerar a los seres como cosas.”[55]


Esta manera de asumir el cuerpo es el reflejo de las relaciones que “modernamente” se establecen, no solo en el campo de lo que erróneamente se llama erótico sino en todos los renglones de la vida comunitaria. “(…) El prójimo no significa nada para mi, no existe la más mínima relación entre él y yo”.[56]
No hay duda de que el lenguaje del Marqués es siempre avasallante, pues a pesar de sí mismo, Sade nos habla y le apuesta al diálogo con su lector, lo hace para aleccionarnos sobre la vida, la forma de asumirla, la fuerza de la naturaleza o sencillamente seducirnos con la diversidad de sus desafíos.


(...) Acariciar es reconciliarnos. Pero la mano tiene uñas; la boca, dientes. Los sentidos y sus órganos dejan de ser puentes; no nos enlazan a otros cuerpos: desgarran, cortan las ligaduras, rompen toda posibilidad de contacto. Ya no son órganos de comunicación sino de separación. Nos dejan solos. El lenguaje erótico sufre la misma destrucción. Las palabras no nos sirven para comunicarnos con el otro sino para abolirlo.[57]

Lo hemos dicho ya. Los personajes sadianos nos hablan, pero curiosamente no se hablan en el sentido de comunicarse entre sí. Pronuncian largos discursos, que pretenden justificar incesantemente su irrefrenable violencia, y pretenden convencerse siempre de que su camino es sencillamente la guía de la naturaleza. Ellos se toman, utilizan y arrebatan, no hay concesiones en el decir y el sentirse de la palabra sino en la sórdida acción.


(...)Y diciendo así, me empujó hacia la cama, me hizo caer boca abajo y metió a embestidas su enorme instrumento en mi intestino. Igual que antes todo fue muy rápido; en verdad apenas habíamos comenzado, cuando sentí su semen correr por mis entrañas y llenarlas de calor, y su pesado cuerpo se deslizó de mis cansadas espaldas.[58]

Además ubiquemos que se trata de la voz del libertino frente a la irrisoria debilidad de su víctima, del goce frente a la represión, de la locución clara de la naturaleza que despliega sus alas, aplastando todo tipo de moralidad.
(...)Destruidas las jerarquías tradicionales, erige una nueva arquitectura; el verdadero placer, el placer más fuerte, intenso y duradero, es dolor exasperado que, por su misma violencia, se transforma nuevamente en placer. Sade reconoce sin pestañear que se trata de un placer inhumano, no sólo porque se logra a través del sufrimiento ajeno sino del propio. Practicarlo exige un temple sobre humano. El filósofo libertino es duro con los otros y consigo mismo.[59]

¿Cómo van a comunicarse estos seres cuando el móvil que lleva su vida es radicalmente opuesto en discursos y acciones?


Para Sade la dialéctica opresor/oprimido, verdugo/victima, sin darles a los segundos ninguna categoría de otredad, sino de mueble al servicio, es elemental. Y así lo expone una vez más en Juliette:


-Bueno querida: -dijo el rápido ministro empujándome hacia la puerta-, hemos tenido contacto íntimo dos veces en otras tantas horas, lo cual representa un buen promedio, diría yo. Pero no te vas a imaginar, como podría hacerlo una joven menos lista, que compartes algo más que mi miembro, aquí no hay nada de amor, ningún apego emocional; se trata única y simplemente de algo sexual. Por eso permite que advierta esto, no trates nunca de sacar ventaja del privilegio que acaba de serte concedido; aparte de la eminente posición que ocupo, resulta que soy de alto linaje, mi fortuna es enorme y mi crédito supera aún al rey; no pierdas eso de vista en el caso de que sientas algún día la tentación de considerarme como tu igual.[60]

Cabe señalar además que todo el dialogo filosófico y teatralidad que se alcanza gracias al lenguaje de los libertinos, tienen que ver con códigos que se abren como receptáculos del aprendizaje de la nueva técnica, es decir, el vocabulario exquisito de la maldad.


El libertino encuentra su construcción no solo en el desprecio de la existencia del otro, sino al mismo tiempo necesita ver sufrir a la virtud para poder sentir el goce supremo del libertinaje, su placer se cimienta en la negación de las normas de la virtud. Si por el asomo el otro existiera, entonces tendríamos que concederle la categoría de sujeto activo que interactúa, goza y se subvierte en el placer. Pero “Todo gozo participado se debilita”[61], porque hay que asumir que no hay transgresión, sino un respetable revez a todas las hipócritas restricciones de la época, a los siempre fastuosos censores de la modernidad. Hay una ruidosa rebeldía a los cánones impuestos, y eso hay que aplaudírselo al marqués.
En el gozo, se tiene impuesto como obligación la ruptura y el quebranto de todo lo que en el exterior se desarrolle, precisamente de eso se trata, vulnerar y quebrantar todas las leyes que se manifiesten en contra de nuestra naturaleza. Es actuar contra la justicia, la ley, desafiar las imposiciones de supuesto “mandato” natural y desenvolverse con holgura en la sodomía, el incesto, adulterio, la violación, el rechazo a la mera heterosexualidad etcétera, pero sobre todo en la incesante facultad de lastimar, romper, destruir, absolutamente aniquilar.


No es un hombre asustado y miserable. Tampoco es un hombre peligroso, un hombre inferior, un hombre infame. Ni es un hombre al que hay que reformar, ni un hombre al que hay que encerrar, ni un hombree al que hay que torturar, ni al que hay que castigar. Ni siquiera es un hombre al que hay que aniquilar. Es un NO HOMBRE.[62]

Y este aniquilamiento es preciso en casi todas las obras del marqués: “Juliette o el vicio ampliamente recompensado”, “Los 120 días de Sodoma” “Justine o Los infortunios de la virtud” y que decir de su máxima obra en materia de disertación filosófica, “La Filosofía del tocador”. Curiosamente no tiene la misma agudeza “La marquesa de Gange”, “Cuentos, historias y fábulas”, “Adolfo”, “Aline y Valcour”, “Los crímenes del amor” o la “Historia secreta de Isabel de Baviera”, las cuales no muestran los vicios execrables a los que nos tiene tan acostumbrados el marqués, sino que nos colma de disertaciones sobre el amor, la sociedad, la política, y por supuesto las escenas de libertinaje, las cuales se desarrollan de modo más moderado y no como el centro de la acción.
Es en “Justine o Los infortunios de la virtud” en donde Sade se hace participar, se involucra y dialoga con el lector. Con el recurso del lenguaje, al principio sutil (primera versión de Justina) y cada vez más explicito, se muestra al controversial Sade/Justina/masoquista.[63]


La discusión sobre la lubricidad, el placer, el deseo, y en general, la actuación humana es según muchos intérpretes de la obra sadiana producto de su prolongada estancia en prisión. Esta es una de las posibles lecturas.
Precisamente en el encierro y la falta de un “harem” que le permita volcar sus libertinas travesuras, es que Sade escribe, sueña, desvaría, aplica así todos los géneros, todas las formas posibles a sus elucubraciones.[64]


La historia de Justine es el claro reflejo de los estados por los que atraviesa nuestra autor. Su primera versión (Los infortunios de la virtud) está escrita cuando tiene 47 años, y es apenas el inicio del rompimiento de sus propios tabúes, en cada versión, irá más lejos. La segunda, publicada en 1791 “Justina o las desdichas de la virtud” es más explicita, romántica y desarrolla las más variadas escenificaciones macabras. Ya definitivamente en la última versión “La nueva Justina o las desdichas de la virtud, seguida de la historia de Julieta, su hermana” prosigue y arrebata una nueva conquista por el lenguaje, procaz y decididamente turbulento[65] y es que en la tercera versión hay una aventura de importancia decisiva donde plantea dicotomías irresolubles.


(...) impenitente, militante y triunfante, en el sadomasoquismo puro y el crimen absoluto. Desde el plan, Sade había enunciado el axioma inicial: “Dos hermanas, una muy libertina, vive en la felicidad, en la abundancia y la prosperidad, la otra, extremadamente honesta, cae en mil redes, que acaban finalmente por causar su ruina.[66]

Sabemos que en su catálogo de vejaciones, siempre el Marqués no tiene preparados ataques contra el pudor, el horror del mal, la piedad, la prudencia, la verdad, compasión y sobre todo el amor por el bien.
El sadismo sugiere Michel Foucault, no es una perversión sexual: sino un hecho cultural; la conciencia de la “presunción ilimitada de los apetitos”. La obra de Sade, con su atracción compulsiva para la imaginación culpable de los románticos ha contribuido a modelar algunos aspectos de la sensibilidad moderna: su paranoia, su desesperación, sus terrores sexuales, su egocentrismo omnívoro, su tolerancia ante la masacre, el holocausto, la aniquilación...[67]

Los libertinos, viciosos, viles son siempre los recompensados frente a Justina, la irremediable víctima.


Así los que roban, matan, violan, falsifican, incendian, o los que se organizan por el mero propósito de atentar y ser deliciosamente verdugos, son los hombres que han superado y destruido la conciencia moral y con ello, permiten que sean los instintos o los apetitos, los que dirijan el curso de la actividad humana.
Y con Justine la virtuosa, otra vez el encierro, otra vez el castillo como guarida, refugio, otra vez como cuerpo cerrado que inscribe en él las formas más variadas de saberse vivo, saberse obsesivamente violado y profanado de cualquier manera posible. Otra vez la plena destrucción del otro. Me atrevo a afirmar que la maldición que pesa sobre Sade “(...) es el autismo que le prohíbe olvidarse jamás y jamás realizar la presencia del otro”.[68]

EL PODER Y LA RAZÓN COMO ORGANIZACIÓN
DE LA NATURALEZA MECANICISTA. EL MAL Y EL ATEISMO COMO INSTRUMENTOS DE UNA NUEVA LEY.

Sade solo cometía sus crímenes en la imaginación, como una forma de liberarse del deseo criminal. La imaginación puede permitirse todas las libertades. Otra cosa es que usted las realice en acto.
La imaginación es libre; el hombre, no.[69]

El egoísmo y la autosatisfacción es la ley del placer. Sade cree en Hobbes y considera a la maldad intrínseca de la naturaleza; es determinista y nos obliga a desarrollarnos en ella. Sade también confía empeñadamente en La Mettrie[70] y acepta totalmente su concepto materialista del hombre y el universo, afinando además su tesis sobre la naturaleza.[71]
Y Sade fuerte por sus precursores, pero listo a la innovación, se ríe –además- de las gazmoñerías del poder y se burla de él, y el poder -solo- cierne su censura, su doble cara en él. Simplemente desde está perspectiva –nuestro autor- dibuja a los libertinos protagonistas de la aristocracia y la burguesía, como individuos que en la alcoba y atrás de las miradas sociales son también sus cómplices, toman el poder, para envestirse con él. Lo importante, es la denuncia sadiana de trasportar al espacio de lo público, los hábitos cotidianos de la aristocracia y la nobleza en sus fronteras privadas de impunidad. Hemos señalado como el claustro, el encierro, la mazmorra son elementos fundamentales de su literatura.
Los libertinos actúan fuera de la luz para darle revuelco a sus pasiones, y pagan un alto precio para la ejecución de sus propias normas y leyes sociales, escribiendo en la continua inmolación y destrucción de los cuerpos un nuevo código de leyes y preceptos que, tal y como lo plantea Didier, nos hace pensar en un Estado dentro de otro Estado.


En el castillo se ordena a nueva sociedad que se estructura de acuerdo a los fieles principios de la modernidad de un nuevo ateísmo y una recomposición de los estratos sociales, donde las dicotomías siempre están presentes, y por supuesto se de un seguimiento ferviente a los principios del materialismo y los llamamientos de la naturaleza. Este esquema reprodujo, sin duda, los proyectos fabricados por los diversos poderes sociales, donde existen amos y esclavos, señores y sirvientes.
Pero en la sociedad sadiana no hay doble moral, pues no se oculta nada; los poderosos son los que mandan, los que cuentan con los medios para sojuzgar al débil, que de acuerdo al mandato de la naturaleza, solo existen a capricho del individuo.
El egoísmo es nodal en la figura del individuo sadiano, es el fundamento del hombre que pertenece a la naturaleza como primera fuerza motriz del universo. Y como fieles seguidores a ésta en sus representaciones del mundo social, nunca faltarán los grandes honores al vicio, a la corrupción, a la destrucción. En un mundo corrompido –dice en “Justine”- el vicio es la única adecuada forma de conducta. El que camina contra corriente, perece fatalmente. En un mundo corrompido, quien se resiste a la corrupción atenta gravemente contra el interés general.[72]



Por ello, la necesidad de la víctima es insoslayable: no se puede realizar el mal sin víctima. De acuerdo con esto, “el solipsismo aparente del egoísmo y el placer, es contradictorio porque si no existe relación alguna entre el yo y el otro ¿cómo se puede materializar el mal?”[73]

Sade inaugura en estos terrenos, la reivindicación del mal con su carga positiva. El libertino sadiano, utiliza su razón para aleccionar, instruir y educar, lo hace a sabiendas de que esto conduce a la maldad, lo cual no lo limita, sino por el contrario lo impulsa, pues para él, el conocimiento no tiene otro fin.


Sade obliga a "pensar el mal" no como algo exterior, que nos cae impuesto desde nadie sabe que esferas celestes, sino como un extraño resorte interior que cada uno de los miembros de la sociedad lleva incorporado intrínsecamente, sin que nada pueda evitarlo. Además, Sade permite adentrarnos (más allá de la perversión que su nombre evoca) en el mundo extraño -y ajeno por completo a la bondad- de la relación íntima entre el deseo sexual y el orden político: el sadismo de la política en la época de la técnica (o en la posmodernidad, o como gustéis llamarla...) obliga a leer retrospectivamente opúsculos como FRANCESES, UN ESFUERZO MÁS SI QUEREIS SER REPUBLICANOS, o LOS 120 DIAS DE SODOMA no sólo como la expresión de un exceso (enfermizo pero estrictamente personal) sino como un indicio inquietante del funcionamiento de los mecanismos de poder en general. Finalmente, Sade (situado por cronología al final mismo de la Ilustración) nos obliga a pensar si hay algo en las Luces que desde el primer momento las (o "nos") condenaba al fracaso. La pregunta, inevitable pero inquietante, es la de si la Ilustración nos conduce por su propia lógica interna a un mundo sádico.[74]

Si la naturaleza es maldad y hemos de seguir sus dictados, entonces simplemente aceptemos nuestro destino, voluntaria y concientemente. El cambio de signo (el bien es el mal, la creación es destrucción) “(...) se opera con mayor precisión en el mundo sensual: el placer es dolor y el dolor, placer”.[75]
Y nada detiene al Marqués, ya que puede variar del humor obsceno de los delirios del vampiro hasta el deleite de una buena dosis de necrofilia o el deguste coprofílico; de la mesa de operaciones al altar ensangrentado; del incesante buscar el parentesco profanado y excretado hasta los espectáculos de vouyerismo en todo su esplendor.



Vemos la inmensa variedad de catálogos de combinaciones vivas, mismas que no llegan solo al homicidio reiterado, sino a un sadismo mecanizado, a un sacrilegio sistemático.
La utopía social para Sade se funda en dos nociones: naturaleza y libertad. El comportamiento de las personas, según Sade, debería estar regido por las leyes de la naturaleza, que suelen estar deformadas y aplacadas por las instituciones sociales, por el matrimonio, por la sanción contra el adulterio y por la sanción a todo deseo individual. Frente al “hombre natural” de Rousseau que nace bueno y la sociedad lo deforma, la naturaleza en Sade nos hace nacer solitarios y egoístas. Por otra parte, la naturaleza se rige por leyes de creación y de destrucción, irracionalidad y exceso. La normativa social aplaca todos estos ademanes “naturales” de desenfreno y de tendencia hacia el crimen en toda persona. La naturaleza viene a sustituir en el pensamiento de Sade aquello que le atribuye a la religión y a las leyes: tiene un carácter despótico e irrevocable. Sade reemplaza el despotismo de aquellas instituciones que condena por otro despotismo supuestamente “natural”[76].

Señalan Horkheimer y Adorno, que el pensamiento se convierte por completo en un órgano, retrocede hasta convertirse en naturaleza, por ello hay un modelo preciso; por ejemplo, en los temas sexuales de Juliette “(…) donde ni un instante pasa a ser usado, no se olvida ninguna de las aberturas del cuerpo, no se deja intacta ninguna función”[77]. La racionalidad se ha convertido en una finalidad sin fin:
Pruébame que la naturaleza no se basta a sí misma y te prometo suponerle un dueño. Hasta entonces, nada esperes de mí, sólo me rindo a la evidencia y sólo la recibo de mis sentidos; donde ellos se detienen allí mi fe queda sin fuerzas. Creo en el sol porque lo veo, lo concibo como el centro de reunión de toda la materia inflamable de la naturaleza, su marcha periódica me complace sin asombrarme[78].

La pregunta obvia surge: ¿Qué es la razón?
Y Sade responde: “Es la facultad que me ha otorgado la naturaleza para que decida a favor de una conducta como opuesta a otra, de acuerdo con el placer o el dolor involucrado; un cálculo obviamente determinado por los sentidos”.[79]
La edad burguesa en Sade se despliega con todos sus matices. Nuestro autor retrata, entre la exageración y el desenfado, las acciones de los poderosos entre los súbditos, las relaciones de la nobleza y el desenvolvimiento nato de la burguesía. La aristocracia de la sociedad del Luis XV.
Y el poder bajo cualquiera de sus mecanismos (monarquía, república, directorio) censura su propia conducta, intenta ocultar la bofetada de su propia existencia. Es precisamente el encarcelamiento quien desata la elaboración más refinada y precisa de la actuación de los hombres de “clase”. Además le permite una escalada extravagante de arrebatos, reiteraciones descriptivas y excesos en el sentido límite del término. De ahí que Klossowski hable de la forclusión del lenguaje para indicar que la obra del Marqués está fuera del todo el lenguaje mismo.
Así la forclusión del lenguaje por sí mismo da a la obra de Sade su carácter original; primero un conjunto de historias, de discursos; después unos cuadros que no sirven más que para ir a buscar fuera lo que no parece estar en el texto, mientras que nada se ve aparte del texto; como en una gran exposición urbana en el seno de una ciudad, donde se pasa insensiblemente de los objetos expuestos a los objetos que se exponen fortuitamente sin ser exponibles; por último nos damos cuenta que es hacia ellos donde nos conducen los caminos de la exposición[80].

El carácter rebelde es profundo, y los interventores de su época y la nuestra así lo constatan, Sade es para muchos solo el autor de los crímenes y la pornografía llana, pero han obviado que cuando Sade escribe que la pasión del gozo subordina y reúne al mismo tiempo todas las otras pasiones[81], y lo que nos está diciendo verdaderamente es que dicho gozo es la descripción más profunda de su existencia.[82] Precisamente, ahí anota Barthes la subversión, en el hecho de innovar un discurso de paradojas que permite la fundación de un nuevo lenguaje.

La grandeza de Sade no es haber celebrado el crimen, la perversión, ni haber empleado para esta celebración un lenguaje radical; es haber inventado un discurso inmenso, basado en sus propias repeticiones (y no en las de los demás), cargado de detalles, sorpresas, viajes, menús, retratos, configuraciones, nombres propios, etc.: es decir, la contracensura fue, a partir de lo prohibido, crear materia novelesca[83].

También concuerdo profundamente con Simone de Beauvoir cuando señala en referencia a Sade: “Lo que constituye el valor supremo de su testimonio es que nos inquieta. Nos obliga a volver a plantearnos el problema esencial, que bajo otras apariencias obsesiona a nuestro tiempo: las verdaderas relaciones del hombre con el hombre[84]”. Y está ahí el punto, ¿Cómo se establece hoy la relación llamada erróneamente erótica? ¿En sujetos u objetos?
Llegamos a preguntarnos si los censores y los jueces que pretenden emparedar a Sade no están en realidad al servicio del mismo Sade, no colman los más vivos deseos de su libertinaje, de él, que siempre aspiró a la soledad de las entrañas de la tierra, al misterio de una existencia subterránea y recluida[85].

Es decir, precisamente los guardianes de la moralidad que en aquél y en este tiempo condenan al encierro del silencio a los terrenos infaustos de lo prohibido, son los cómplices de la más alta inmoralidad. No olvidemos a Madame de Montreuil (célebre suegra del Marqués) maestra de la infamia, la manipulación y precio barato de la Justicia.
Era la Francia orgásmica y eyaculatoria de los tiempos de Luis XV, congestionada de orgías, fiestas, despilfarros versallescos, desenfrenos de la moda, donde la fidelidad restaba prestigio, particularmente en las esferas de la aristocracia y la nobleza y los esposos intercambiaban a las esposas para verlas actuar con otros hombres, como para apreciar cuan viciosas eran con las mujeres en una cadena de bacanales de tipo frenético.[86]

Pero, ¿qué dijo Sade exactamente, qué fue lo que el marqués hizo, que causa tanta rabia o espanto? ¿Cuál es el peligro del discurso de un hombre que ha pasado más de veintisiete años en prisión? ¿Dónde está el orden de ese sistema, donde empieza, donde termina? Y aquí Blanchot apunta precisamente una de sus peculiares singularidades,
Sus pensamientos teóricos liberan en todo momento poderes irracionales a los que están ligados: esas potencia los animan y los molestan a la vez con un empuje tal que los pensamientos resisten y ceden, tratan de vencerlo, lo dominan, en efecto, pero solo lo logran liberando otras fuerzas oscuras que nuevamente los arrastran, los desvían y los pervierten.[87]

Es como si Sade se apareciera ante nuestra conciencia moderna y presentara su declaración de principios, una sencilla forma de vivir, basada en el egoísmo integral.
...Soy un ser único en mi especie... un... oh! conozco los insultos que se me dedican, pero bastante fuerte para no necesitar de nadie, bastante sabio para complacerme en mi soledad, para detestar a todos los hombres, para hacer frente a su censura, y reírme de sus sentimientos respecto a mí, bastante instruido para pulverizar todos los cultos, bastante orgulloso para aborrecer todos los gobiernos, para ponerme encima de todos los lazos, de todos los frenos, de todos los principios morales, soy feliz en mi pequeño dominio.[88]

En esta declaración, que parece más bien un pasaje de las confesiones de su autobiografía, nos esboza la premisa fundamental de su pensamiento: “Cada uno debe hacer lo que le gusta, nadie tiene otra ley que la de su placer. Esta moral está fundada en el hecho primero de la soledad absoluta.”[89]
En efecto, la humanidad sadiana está compuesta esencialmente por un pequeño número de hombre todo poderoso que tuvieron energía para elevarse por encima de toda ley y de cualquier prejuicio. Son capaces de pagar cualquier precio. Se siente totalmente digno de la naturaleza por las desviaciones que les confirió y que buscan saciar por todos los medios.[90]
El movimiento es inmanente a la materia y el universo llena en sí mismo el principio de transformación ¿Para qué entonces Dios? Si los humanos somos una mezcla de moléculas sensibles sometidas a las físicas que nos empujan a buscar el placer, además estamos proclives a cierto “(…) determinismo molecular”[91] que nos incita a satisfacer esas necesidades inherentes a lo humano, por ello, si es necesario matar, robar, violar, saquear o profanar, será porque sencillamente cedemos a nuestros instintos naturales. “(…) Nada ni la fuerza moral, ni la educación conseguirá hacer del hombre otra cosa que lo que la naturaleza ha querido para él.”[92]
El orden natural impide el orden ético, lo sepulta bajo sus requerimientos funcionales; desaparece la conexión entre voluntad humana y finalidad social, por lo que queda todo reducido al impenetrable curso natural, por ello, entendamos que la naturaleza nos hizo nacer solos, no hay ninguna forma de relación de hombre a hombre.[93], ¿Qué me queda entonces? Gozar, sencillamente gozar, sin pensar siquiera las consecuencias de este acto para los otros, porque ya no hay otros.
(…) El más grande dolor de los otros cuenta siempre menos que mi placer. Qué importa si debo lograr el más leve goce mediante un conjunto inaudito de delitos, porque el goce me halaga, está en mí, en cambio el efecto del crimen, no me toca, está fuera de mí.[94]

Por eso los hombres sadianos viven (y gozan) solitariamente, ya que en este sentido, nada hay más anónimo y egoísta que la orgía.
Gozar es acumular, sin que importe la utilidad de esa acumulación que -estrictamente- para nada sirve, pues no es posible intercambiarla con nadie. En el universo sadiano el "amor" es perfectamente absurdo. Es claro que, como dice algún personaje de JUSTINE, no se puede amar lo que se goza (pues, para Sade, el goce lleva a la destrucción inevitablemente) pero ser un humano es estrictamente buscar, en la soledad disfrazada de comunidad libertina, ese mínimo instante de placer orgulloso. El esquema cristiano de caída y redención es, estrictamente, una falacia antropológica que Sade denuncia continuamente en todas sus obras por dos razones: nada puede "redimir" a la materia (pues nada hay fuera de ella) y -contra la ingenuidad ilustrada -la misma noción de "progreso" no tiene sentido. Eso que Voltaire o Diderot llamarían "progreso" no es más que una forma (perversa) de profundizar en la autodestrucción que es el designio interno de todo lo humano.[95]

Para Sade “(...) la soledad, la incomunicación, el egoísmo original, el orden arbitrario y la supremacía del poder absurdo constituye la única realidad de la vida. En definitiva, la bondad no existe o -todavía peor- constituye un prejuicio”.[96]
Y como buen ilustrado, lo argumentará acomodaticiamente a los principios de su tiempo.
Se refiere a la carne como una verificación existencial en sí, en una nueva formulación del cogito cartesiano: Copulo, luego existo. A partir de este axioma elabora un lirismo diabólico del copular, dado que la puesta en práctica de la sexualidad total en una sociedad represiva transforma todo erotismo en violencia, hace de la sexualidad misma una negación permanente. Copular dice Sade, es la base de todas las relaciones humanas y esta actividad parodia todas las relaciones humanas a causa de la naturaleza de la sociedad que crea y mantiene aquellas relaciones.[97]

Tal y como al principio de este apartado señalábamos, nuestro personaje denuncia y lleva a la luz pública todos los “quehaceres” de los poderosos (he aquí una probable hipótesis que argumenta el porque de sus años en la cárcel), cuestionando agudamente la inmoralidad del Estado, pero curiosamente no reprobando la de los individuos, “(...) Si pide la abolición de la pena de muerte, reclama la consagración del asesinato. Propone, en suma, la substitución del crimen público (la civilización) por el crimen privado”.[98]
Además, cuando se pregona la igualdad de los individuos es ante la naturaleza no ante la ley. Sade impetuoso nos diría: La igualdad de los seres es el derecho de disponer igualmente de todos los seres; la libertad es el poder de someter a cada uno a nuestros deseos.[99]
Nadie más que el débil predicará este absurdo sistema de la igualdad; solo le puede convenir al que, no pudiendo elevarse a la clase del fuerte, es compensado al menos rebajando a éste a su clase: pero no hay un sistema más absurdo, más contra la naturaleza que éste; y sólo se le verá erigirse entre la canalla, que a su vez renunciará a él en cuanto pueda cambiar sus harapos.[100]

Siendo todos los seres idénticos a los ojos de la naturaleza, esa identidad me da el irrefutable privilegio de no sacrificarme ante los demás, al contrario, debe ser premisa de los humanos “(…) darse a todos lo que lo desean, tomar a todos los que se quiera”[101] He aquí los modos únicos de su sistema.
Los “Otros” eran en el cuerpo en general del prójimo, la zona donde se podía, con todo el derecho que le asistía como noble, practicar cualquier clase de abuso en dicha zona. Solo que el abuso en Sade es la negación total del “otro” como criatura, moral, física, ontológica, amorosa, afectiva y social, en el “otro” aplica sus excesos y consuma sus estados de racionalidad.[102]

Saciarme, volcarme en los más impuros de los placeres, arrebatando, desgarrando, sencillamente, sirviéndome del mundo. Cuanta delicia me permite el egoísmo y la cosificación.
Primero se puso sobre una muchacha (a fin de que antes de servir a la cosa yo tuviese al menos el placer de juzgarla), se puso a uno de los niños sobre los hombros de está muchacha, pero atado tan estrechamente a ella que casi podría decirse que formaban solo uno. Entonces las muchacha, con su paquete a la espalda, se puso boca abajo sobre un sofá, las nalgas prodigiosamente expuestas. El conde examinó, mordió, pellizcó con fuerza el culo del niño y golpeó igualmente al de la muchacha, elegida a este efecto entre tres de doce años, se tumbó en el suelo entre las piernas de la que tenía al niño a la espalda, y Belmor, poniéndose de rodillas sobre un cojín, igualmente entre las piernas de la muchacha del paquete, jodió en la boca a la que estaba tendida; se la enculó en esta postura, y la Clairwil debía encular al fornicador. Por la actitud del conde, su cabeza se encontraba a la altura de las nalgas de la muchacha apoyada sobre el sofá, dos verdugos se apoderaron entonces del cuerpo del niño atado, y por medio de mil diferentes heridas, hicieron correr la sangre en la raja de las nalgas frente a las cuales se encontraba la cabeza del conde.[103]

Además, el materialismo heredado de la tradición filosófica le sirve a Sade para fomentar y justificar su ateísmo. En la misma línea que Helvetius, Diderot, La Mettrie o D’holbach, afirma que tan sólo existe aquello que captan los sentidos. Este determinismo le sirve también para justificar su concepción de las pasiones humanas como “proyecciones de la naturaleza” y justificar el egoísmo, el robo, la crueldad gratuita o el crimen. El hombre no tiene porque distraerse en tantos vericuetos, sino debe aceptar que es una animal más y obedecer las leyes que dicta la biología.
Sade nunca dudó que el hombre fuese un accidente de la naturaleza. Todo su sistema reposa en esta idea. Es el eje y asimismo, el punto sensible, el nudo de la insoluble contradicción. A pesar de que sea humillante para el orgullo humano verse rebajado al rango de los demás productos de la naturaleza, no hay diferencia alguna entre el hombre y los otros animales de la tierra.[104]

La destrucción, al igual que la creación es, por tanto, una de las leyes más evidentes de la naturaleza. Seguir a la naturaleza, ese es el camino.
La naturaleza violenta del hombre, piensa el marqués, no puede encorsetarse en papeles. No hay nadie que ceda de forma voluntaria su parcela de poder. Sade plantea una regresión radical a formas primitivas de organización política. Un individualismo natural: ni Dios, ni honor, ni contrato, sino la guerra primaria de todos contra todos que impone la naturaleza. La apología más radical de emancipación política, religiosa, sexual o social que podamos encontrar en la Ilustración. Un viento de libertad que se filtra por los palacios, parlamentos, bibliotecas, conciencias, tocadores, aunque no llegue a tiempo a Charenton. Una ráfaga de felicidad que barre el fariseísmo de la burguesía.[105]

Dios y los representante de éste en la tierra, son banales dogmas que imponen ceremonias monstruosas y repugnantes y es una locura permitir que los curas dicten las leyes de la sociedad, Sade nos muestra a la historia y como nos confirma que el cristianismo siempre defiende los intereses de los poderosos; hay que poner final a los prejuicios impuestos por la religión y suprimir los templos, derribar los ídolos, prender fuego a los confesionarios, que el poder siga, -no cabe duda- pero desnudemos todos los acontecimientos del hombre. La ignorancia y el miedo son, para Sade, la base en que se apoyan todas las religiones. ¿Y que acaso –en este tópico- no tendrá razón?
Que evite cuidadosamente toda práctica dela religión; estas infamias, que debe haber pisoteado tiempo ha, al hacer variar su conciencia, solo podrían reducirla a un estado de virtud que no adoptaría sin verse obligada a renunciar a todos sus hábitos y a todos sus placeres; estas simplezas horrorosas no valen los sacrificios que se vería obligada a hacer; y, como el perro de la fábula, al perseguirla, abandonaría la realidad por la apariencia.[106]

Está es la afirmación contundente del Marqués de Sade y que a su peculiar modo nos lo recuerda De Beauvoir al afirmar: “(...) para liberar al individuo de los ídolos que le impone la sociedad, es preciso fundar su autonomía ante la faz del cielo”.[107] La preocupación nodal de Sade es precisamente la relación de los hombres y el acatamiento como máquinas de la madre naturaleza; por ello, fuera de lo humano, todo le es ajeno. Deleitémonos con Juliette:
Si, yo lo digo; joder, chingar, fornicar. Para eso hemos nacido todos para eso nos ha creado la naturaleza...No importan nada los moralistas llorones, ni los hipócritas rastreros...Hemos nacido para joder. En verdad, si las bestias y los pájaros pudieran hablar...porque es voluntad de la naturaleza que todos jodamos, y es un crimen contra ella no hacerlo; por tanto, unios a mi, amigos míos, menead las caderas, y que vuestros muslos echen humo. ¡A joder amigos, a joder! ¡Lo repito, a joder![108]

Es importante, tener presente que en Sade comparece un tema recurrente que aunque no se aparta de lo sexual, forma un dispositivo que lo complementa; es decir, hablamos del asunto del poder en su vana expresión monetaria, hombres que no los sacia el dinero, el que generalmente tienen de sobra, pero buscan incesantemente los diversos modos de acumularlo, habla de todos los privilegios que ofrece, de la compra de las instituciones y de la nueva sociedad fundada a partir del vicio.
No habría ningún gran inconveniente dentro de un Estado en permitir a la gente rica que hiciese todo lo que quisiera por dinero, y que, por, sus tesoros, obtuviese la absolución de todos los crímenes. Seguro que sería mucho mejor que hacerles perecer en un cadalso: Este último medio no reporta nada al gobierno; el otro podría convertirse en un medio, muy importante de conseguir riquezas, con las que se haría frente a una infinidad de gastos inesperados, que solo se cubren multiplicando los impuestos onerosos que pesan igualmente sobre el culpable y el inocente, mientras que lo que yo propongo solo afectaría al culpable.[109]

Aquí es donde el poderoso, debe saber como servirse muy bien de la ley para obtener todo lo que consolide su despotismo, saber utilizar todos los mecanismos que moldee la “exigencia de la soberanía que se afirma por medio de una inmensa negación”.[110]
Seguimos confirmando, la duplicación en maqueta, es decir, en miniatura, de la división social[111]
El hombre de Sade gusta imponerse a los demás por su poder de destruirlos; si da la impresión de no serles tributario jamás, incluso en la necesidad que tiene en aniquilarlos, si parece siempre capaz de prescindir de ellos, es porque está ubicado en un plano donde ya no hay una medida común con ellos, y se ha ubicado de una vez por todas en ese plano, dando por horizonte a su proyecto destructor algo que supera infinitamente a los hombres en su pequeña existencia.[112]

Observamos, que a pesar de su “subversión”, de su modo de encarar al poder, no se trata en lo absoluto de un Sade democrático, o reivindicador de la república, sino de un noble que gusta de tomar radiografías donde coloca las diferentes mascaradas institucionales.
El joven Sade nada posee de espíritu revolucionario; ni siquiera de rebelde; está dispuesto a aceptar la sociedad tal como es él. Sumiso ante su padre...no piensa en otro destino que en aquel para el que fuera hereditariamente consagrado; será esposo, padre, marqués, capitán, caballero, lugarteniente, general. No desea en modo alguno renunciar a los privilegios que le aseguran su rango y la fortuna de su mujer.[113]

Este elemento nos permite entender cómo es que el Marqués en sus personajes reivindica una apología del crimen que se apoya en el hecho de considerar contradictoriamente a la desigualdad como un hecho natural, tal y tal, son necesariamente esclavos y víctimas, no podría de ser de otra manera, no hay derechos, todo contra ellos es válido, y permitido.
Amplia la relación entre actividad y pasividad en el acto sexual para incluir la tiranía y la aceptación de la opresión física y política. En sus novelas, los grandes hombres, estadistas, los príncipes, los papas, son de lejos los más crueles y su voracidad sexual es de un tipo meramente destructivo. Quisiera poseer sexualmente al mundo, y el coito, para ellos es la imposición de la aniquilación.[114]

Este es Sade, hombre polémico que supo hacer de su vida y obra una impresionante combinación que lo colocó como un acérrimo defensor del vicio en sus diferentes caminos y fiel seguidor de los dictados de la naturaleza; déspota, pero sobre todo, impulsor de una propuesta que ha tomado fuerza, y que se concentra en la destrucción de las relaciones del humano con el humano. Una muestra de las relaciones objetuales que, tiene en sí mismo su contracción ante la extinción precisamente de toda relación. La apuesta por el empalme de las cosas.


[1] Marqués de Sade, Fantasmas seguido del Testamento y última voluntad, Arsenal, México, 2004, p. 31.
[2] Bataille, Georges, “Sade” en La Invención del Sadismo, Revista Litoral, número 32, Ediciones de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, México, 1996, p. 72.
[3] La paradoja continúa siendo así hasta el final de ese cuerpo libertino, ese cuerpo de dominio y de exclusión que intenta la imposible apuesta de incluir en su sublevación lo mismo que aplasta para disfrutar de ello. Erguido contra el poder, el libertinaje continúa siendo una pasión de poder. ¿Es ese el lastimoso de Sade o la contradicción que nos pone más a la vista? ¿Es su punto ciego o bien es la función de extremo desafío y de la crueldad de la ficción? En Hénaff, Marcel, Sade: La invención del cuerpo libertino, Ediciones destino, Barcelona, 1980, p. 15.
[4] Su anhelo pedagógico no queda nunca satisfecho: no solo mezcla el pensamiento “revolucionario” en obras “revolucionarias” de carácter erótico, sino que también escribe, interpreta y dirige obras de teatro con una finalidad parecida y ordena el placer en las bacanales hasta el más mínimo detalle, como solo sabe hacerlo un maestro de escuela con un nuevo alumno. La lección más valiosa, sin embargo, del divino marqués ha quedado velada por el exhibicionismo y la obscenidad: el principio de placer rige sobre todo la imaginación. Recrear el mundo a través de los mitos, las mentiras, la literatura, la filosofía, los sueños o el arte no sólo es conveniente si queremos vivir mejor, sino que se nos impone como una necesidad, participemos o no en comilonas como las que no se cansa de describir el señor de La Coste. Como escribió Flaubert un tiempo después: “Amemos el arte, porque entre todas las mentiras es la menos falsa. En S,d, “Toda Felicidad del hombre está en su imaginación.” En Sade o la felicidad perversa.
[5] Didier, Béatrice, Sade, FCE, México, 1997, p. 136.
[6] Ibidem, p. 111.
[7] Marqués de Sade, Justine o los infortunios de la virtud, Edimat, España, 1989, p. 123.
[8] En el siglo XVIII «filósofo» quiere decir exclusivamente filósofo materialista; y es el que se retira al gabinete, y en consecuencia, el pensamiento del siglo, al no poder enseñarse en público, debe enseñarse en privado. Por tanto, lo que debemos leer en el título es: la filosofía materialista en el gabinete privado ―y también los efectos, dentro de lo que es privado, de la filosofía materialista― y además, consecuentemente, la actividad total de la filosofía materialista, Pleynet, Marcelin, "La lectura de Sade", en Teoría de conjunto, Seix Barral, Barcelona, 1971, p. 320.
[9] Paz, Octavio, Un más allá erótico: Sade, Vuelta, Heliopolis, México, 1993, p. 40.
[10] Foucault, Michel, Historia de la Sexualidad, Tomo I, Siglo XXI editores, México 1977, p. 9.
[11] Barthes, Roland, Sade, Fourier, Loyola, Ediciones Cátedra, Madrid 1997, p. 47.
[12] De Beauvoir, Simone, El Marques de Sade, op. cit. p.51.
[13] Marques de Sade, Las ciento veinte días de Sodoma, Lagusa, Edasa, España, 1985, p. 279.
[14] Eltit, Daniela, “EL MARQUÉS DE SADE: Olvidadlo Todo, Perdonadme, Liberadme” en Diario Chileno El Mercurio, 14 de Enero 2001.
[15] Foucault, Michel, “La voluntad de saber”, en Historia de la Sexualidad, op. cit. p. 34.
[16] Morales, Miguel Ángel, “Sade: el goce del instante” en Revista de la Universidad de México, Literatura y pornografía, Volumen XXXII, número tres y cuatro, noviembre- diciembre de 1977, pp. 73-74.
[17] Barthes, Roland, Sade, Fourier, Loyola, op. cit. p, 45.
[18] De Beauvoir, Simone, El Marques de Sade, op. cit. p.53.
[19] Ibidem, p. 75.
[20] Marqués de Sade, Juliette, tomo 2, op.cit. pp. 49-50.
[21] Morales, Miguel Ángel, “Sade: el goce del instante” en Revista de la Universidad de México, op. cit. p. 80.
[22] Morales Miguel Ángel, “Sade: el goce del instante” en Revista de la Universidad de México, en op, cit, p, 83.
[23] Barthes Roland, Sade, Fourier, Loyola, op, cit, p, 145.
[24] Marqués de Sade, Juliette, op, cit, p, 120.
[25] Ibidem, p. 156
[26] Marqués de Sade, “Aline et Valcour”, en Obras Escogidas, Edimat, España, 1992, p. 58.
[27] Marqués de Sade, Juliette, op, cit, p, 119-120.
[28] De Beauvoir, Simone, El Marques de Sade, op. cit. 1975, p. 53.
[29] Carter, Angela, La mujer Sadiana, edhasa, Barcelona, 1981, p. 88.
[30] En un mundo de hombres, ser mujer es automáticamente una desventaja, lo mismo que ser pobre, pero ser mujer es un poco más fácil de remediar. Si la mujer abandona la praxis de la femineidad, entonces es bastante fácil ingresar en la clase de los ricos, los hombres, siempre que se ingrese en términos de esa clase. En Carter Angela, La mujer Sadiana, op. cit. p. 90.
[31] Cáceres Milnes Andrés “La Figura del Cuerpo en el poder del Género: Una aproximación a la escritura de Diamela Eltit” en revista Cultural Chilena ETCÉTERA, Número tres, año 1999.
[32] Barthes, Roland, Sade, Fourier, Loyola, op. cit. p. 150.
[33] Paz, Octavio, Un más allá erótico: Sade, Vuelta, Heliopolis, México, 1993, p. 41.
[34] Barthes, Roland Sade, Fourier, Loyola, op. cit. p. 38.
[35] León, Francisco, La Filosofía del Vicio, la biografía definitiva del marqués de Sade, Nueva Imagen, México, 2003, p. 195.
[36] El orden es necesario para la lujuria, es decir, para la transgresión; el orden es precisamente lo que separa la transgresión del cuestionamiento. La razón es que la lujuria es un espacio de intercambio: una práctica contra un placer; los “desbordamientos” deben ser rentables; hay que someterlos por lo tanto a una economía, y esta economía debe planificarse en Barthes, Roland, Sade, Fourier, Loyola, op. cit., p. 46.
[37] Marqués de Sade, Juliette, op, cit, 45.
[38] Horkheimer, Max, Adorno W. Theodor “Juliette o Iluminismo y Moral” en Dialéctica del iluminismo op. cit., p. 123.
[39] Gaitán, Duran Jorge, Sade Contemporáneo s.d.
[40] Barthes, Roland, Sade, Fourier, Loyola, op. cit., p. 26.
[41] Ibidem, p,27
[42] Didier, Béatrice, Sade, op. cit., p. 43.
[43] Ibidem, p. 43.
[44] Ibidem, p. 44.
[45] Hénaff Marcel, Sade: La invención del cuerpo libertino, op. cit., p. 31.
[46] Ídem.
[47] Barthes, Roland, Sade, Fourier, Loyola, op. cit., p. 176.
[48] Sade, Juliette, op. cit., p. 136.
[49] Barthes Roland, Sade, Fourier, Loyola, op. cit., p. 151.
[50] Bataille, Georges, “Sade” en La Invención del Sadismo, op. cit., p. 67.
[51] Marqués de Sade, Juliette, tomo 2, op. cit., p. 34
[52] Bloch, Iwan, Sade y su tiempo, Juan Pablos Editor, España, 1976, p. 22.
[53] Marqués de Sade, Juliette op, cit, p. 12.
[54] Ibidem, p. 13.
[55] De Beauvoir, Simone, El Marques de Sade, op, cit., p..32.
[56] Ibidem, p. 115.
[57] Paz, Octavio, Un más allá erótico: Sade, op, cit., p. 48.
[58] Marqués de Sade, “Julieta”, en Obras completas, Tomo Segundo, Edasa, México, 1985, p. 89.
[59] Paz, Octavio, Un más allá erótico: Sade, op, cit., p. 47.
[60] Marqués de Sade, “Julieta”, en Obras completas, op, cit., p. 89.
[61] Ibidem, p. 43.
[62] Finkielkraut, Alain, La humanidad perdida, ensayo sobre el siglo XX, Anagrama, España, 1998, p. 8.
[63] ¿Está uno autorizado a llegar a la conclusión de que Sade es masoquista? Es conocida la célebre tesis de Paulhan, a decir verdad muy seductora: Justina es Sade, como la señora Bovary es Flaubert...Pero Justina es también víctima de Sade, y esto no debe olvidarse: la imagen, tal vez de víctimas reales: en todo caso la víctima soñada. Sé bien que es el colmo, a la vez del sadismo y del masoquismo hacerse el verdugo de uno mismo en una víctima que uno ha creado a su imagen. Sin embargo, nada en la vida de Sade autoriza para decir que fue fundamentalmente masoquista. En Didier, Béatrice, op, cit., p. 125.
[64] Trabaja en comedias (El inconstant, el prévaricateur, el mari crédule); en una tragedia (Jeanne Laisné), se ejercita también el diálogo filosófico (Dialogo entre un sacerdote y un moribundo). Pero sobre todo desde 1785, termina ese extraordinario cuadro sistemático de las variaciones de la sexualidad que son los ciento veinte días de Sodoma. Es igualmente un periodo de gran creación novelesca. En 1786, Sade ha comenzado Aline y Valcour, en julio de 1787, exactamente el 8, mezclado con otros cuentos que formarán la colección de los crímenes del amor, acaba los infortunios de la virtud, compuesto en dieciséis días, en ese ímpetu conocido por ciertos creadores. En Ibidem, p. 114.
[65] Desde su primera versión “traza el esquema de ésta con el rigor de un matemático que quisiera probar un teorema. Y queda enunciado inmediatamente el paralelo esencial –incluso si, de hecho. La historia de Julieta en la primera versión es apenas un marco para el relato central, una obertura y una conclusión que le permitirán destacar mejor la narración de Justina. En Didier, Béatrice, op, cit, p, 118.
[66] Ibidem, p, 118-119.
[67] Carter, Angela, La mujer Sadiana, op, cit,, p, 42.
[68] De Beauvoir, Simone, El Marques de Sade, op. cit., p. 41.
[69] Colina José de la y Tomás Pérez Turrent, Luis Buñuel: prohibido asomarse al interior. Joaquín Mortiz Planeta., México, 1986, p, 89. Publicado en España con el título de Buñuel por Buñuel, Madrid, Plot Ediciones, 1993.
[70] Julián, Offroy de la Mettrie, considera que el hombre debe ser considerado como un animal, -es decir- que, si como afirmaba Descartes, los animales son máquinas, también lo es el hombre; si el hombre es algo más que una máquina, también lo son los animales: en una palabra: dio la base sobre la que descansa toda la ciencia y la medicina moderna. Finalmente proclamó la idea de que una “alma privada” de los sentidos es inconcebible, y que el alma se desarrolla y decae con el cuerpo y está sujeta a las mismas modificaciones que éste, es decir, diversas intoxicaciones, neurosis y delirios. En resumen la base en que descansa hoy casi toda la psicología moderna. Pues toda la ciencia actual es materialista en sus supuestos, sea cual fuere su popularización, es una pena que se haya olvidado a este precursor, a este cuasi mártir de la causa de la objetividad. En Gorer Geoffrey, Vida e ideas del Marqués de Sade, Pleyade, Buenos Aires, 1978, p. 109-110.
[71] Para La Mettrie, La naturaleza es lo primero que nos mueve, y es inmoral, indiferente, sin propósito. La naturaleza no es Dios, es lo primero que nos mueve, pero la naturaleza no tiene propósito y la desigualdad es una de sus características. En Ibidem, p. 112.
[72] Marqués de Sade, Justine o los infortunios de la virtud, Edimat, España, 1989, p. 78.
[73] s.a. El marqués de Sade o la estética de la perversión, en www.sade.iwebland.com/links.htm
[74] S,d, “Toda Felicidad del hombre está en su imaginación.” En Sade o la felicidad perversa
[75] Paz, Octavio, Un más allá erótico: Sade, op, cit., p. 46.
[76] Besansón, Pablo, “El Marqués de Sade y la Revolución Francesa” en Revista Chilena Matices No. 29, primavera 2001, p. 34.
[77] Horkheimer, Max, Adorno W. Theodor “Juliette o Iluminismo y Moral” en Dialéctica del iluminismo op. cit., p. 156.
[78] Marqués de Sade, “Diálogo entre un Sacerdote y Un Moribundo” en Obras completas, Edimat, España, 1992.
[79] Gorer, Geoffrey, Vida e ideas del Marques de Sade, op. cit., p. 116.
[80] Klossowski, Pierre, Sade, mom prochain, editions du Seulil, Paris, 1967, Trad. Israel Lugo Hernández, p. 54.
[81] Según el Marqués de Sade, la máxima del derecho al goce es la afirmación de un deber que excluye cualquier motivación por fuera de aquella que implica la propia orden terminante inherente a la máxima. Hay un punto común muy notable con el imperativo categórico: en ambos casos se trata del rechazo a lo patológico y la referencia a la forma pura de la ley. En este sentido son lo mismo Kant y Sade: rechazo a lo patológico y énfasis en el estatuto formal de la ley, en la forma pura de la ley. Es necesario reconocer en el imperativo sadiano el carácter de una regla universal ya que tiene la virtud de instaurar a la vez la expulsión de lo patológico y la forma de la ley. En Karothy Rolando H, El deseo del analista, Association freudienne internationale. Publicado en Freud-Lacan.com, 2002.
[82] De Beauvoir, Simone, El Marques de Sade, op, cit., p.18.
[83] Barthes, Roland, Sade, Fourier, Loyola, op.cit., p. 148.
[84] De Beauvoir, Simone, El Marques de Sade, op, cit., p. 50.
[85] Blanchot, Maurice, Sade y Lautremont, ediciones del mediodía, Buenos Aires, Argentina, 1977, p. 31.
[86] León, Francisco, La Filosofía del Vicio, la biografía definitiva del Marqués de Sade, op, cit., p. 43-44.
[87] Blanchot, Maurice, Sade y Lautremont, op. cit., p.18.
[88] Marqués de Sade, Juliette, tomo 2, op. cit., p. 203.
[89] Blanchot Maurice, Sade y Lautremont, op, cit., p. 20.
[90] Ibidem, p. 22.
[91] Sade, Sistema de la agresión, Textos políticos y filosóficos, Tusquets editores, Barcelona, 1979, p. 13.
[92] Ibidem, p.13.
[93] Blanchot, Maurice, Sade y Lautremont, op, cit., p. 21.
[94] Ídem.
[95] Alcoberro, Ramon, “Sade: Una Aproximación” en http://alcoberro.info/sade.htm
[96] Idem
[97] Carter, Angela, La mujer Sadiana, op. cit., p. 42.
[98] Paz, Octavio, Un más allá erótico: Sade, op. cit., p. 53.
[99] Blanchot, Maurice, Sade y Lautremont, op. cit., p. 21.
[100] Marqués de Sade, Juliette, tomo 2, op. cit., p. 17.
[101] Blanchot, Maurice, Sade y Lautremont, op. cit., p. 24.
[102] León, Francisco, La Filosofía del Vicio, la biografía definitiva del marqués de Sade, op. cit., pp. 181-182.
[103] Íbidem, 129-130.
[104] Paz, Octavio, Un más allá erótico: Sade, op. cit., p. 44.
[105] S,d, “Toda Felicidad del hombre está en su imaginación.” En Sade o la felicidad perversa.
[106] Marqués de Sade, Juliette, tomo 2, op. cit., p. 36.
[107] De Beauvoir, Simone, El Marques de Sade, op. cit., p. 78.
[108] Marqués de Sade, “Julieta”, en Obras completas, op. cit., p. 36.
[109] Marqués de Sade, Juliette, tomo 2, op. cit., p. 204.
[110] Blanchot, Maurice, Sade y Lautremont, op. cit., p. 38
[111] Sade traslada la división de clases; por un lado los explotadores, los poseedores, los gobernantes, los tiranos; por el otro el pueblo llano. El motor de la división (como en la gran sociedad) es la rentabilidad Sádica. En Barthes, Roland, Sade, Fourier, Loyola, op. cit., p. 153.
[112] Blanchot, Maurice, Sade y Lautremont, op. cit., p. 38.
[113] De Beauvoir, Simone, El Marques de Sade, op. cit., p.15.
[114] Carter, Angela, La mujer Sadiana, op. cit., p. 36.

1 comentario:

cazador de mariposas dijo...

Que interesante análisis de Sade, me parece que este autor puede ser representativo en cuanto al deber ser del moderno productivo. Muchas felicidades.

PROBADITAS DE CONTRA AMOR.

  Tiene mucho que no hablo de contra amor, y ya es urgente retomarlo en términos de la palabra escrita y hablada para compartir, ya que en l...