domingo, 13 de septiembre de 2009

El hombre que sigue tocando en la mar.


Novecento.
El hombre que sigue tocando en la mar.

Diana Marina Neri Arriaga.



”Sabía escuchar. Y sabía leer. No los libros, eso lo sabe hacer cualquiera, sabía leer al ente. Los signos que la gente lleva encima: lugares, ruidos, olores, su tierra, su historia…[…]Cada día añadía un pequeño retazo a aquel inmenso mapa que estaba dibujándose en la cabeza, inmenso, el mapa del mundo.[…] Después viajaba por su superficie de maravilla, mientras sus dedos se deslizaban sobre las teclas, acariciando las curvas de un ragtime.”[1]

Yo estoy y soy en el mundo, incluso más que aquél que dice haber viajado por todo el mundo, el que conoce Paris a la perfección o el que ha dicho enamorarse profundamente. “Conozco el mundo a partir de lo que soy”, parece que nos susurra Dany Boodman T. D. Lemon Novecento -sin duda- el mejor pianista del mundo, el ser humano reflexivo que ha encontrado en su modo de vivir el sentido de la existencia a partir del Virgian, barco del que jamás descendió, y que de pequeño fue encontrado en un caja de cartón y donde años después, sólo guarda “dinamita debajo del (…) culo, dinamita por todas partes”.

Alessandro Baricco nos lleva a través de Novecento a una revelación que toma cuerpo de monologo teatral, que se desdobla en el encuentro de un hombre sereno que cuando toca, vuela, y cuando vuela vuelve a tocar, vuelve a soñar, y con el piano nos va formando, no está creando y él, se rehace, se renace, se construye. La obra tiene un ritmo y una evocación que envuelve, que seduce y que no nos hace más que pensar en la sensación extraña y absorbente de olerlo tocar, de verlo volar, de escucharlo vivir.

La historia es conmovedora por sí misma que el trabajo del escritor/escultor ha sido encontrar las atinadas palabras para darle forma, darle ritmo a lo que parece ya está ahí. ¿Cómo hablar así de música? ¿Cómo escribir de música? ¿Cómo lograr que esos vientos que rodean las melodías sean tan intensas -que ahora-, fuera del monologo, fuera del texto, uno siga durmiendo con ellas?

Se trata Dany Boodman T. D. Lemon Novecento un hombre huérfano que tuvo transitoriamente el encuentro con Dany un pianista que le dio además de cobijo y bellos años de infancia, un complicado nombre, pero sobre todo la facultad de ser un pianista, no como oficio sino como directriz de vida. Y precisamente por su virtuosísimo es que se convierte poco a poquito en leyenda, y no solo por su música sino porque hace del barco, su tierra firme. Jamás ha bajado, jamás bajará.

El narrador es el trompetista que al mismo tiempo es Noveccento y el capitán del barco, y el arrogante jazzista que pretende desafiar, y es también el que se convierte en el confidente de nuestro Novecento y que narra desde su asenso en el verano de 1931, el encuentro con el hombre que le marco su vida, ese que juguetón y despreocupado destrono al pianista Jelly Roll Morton como “rey del jazz”. Que ganas de estar ahí, y estar en segunda y tercera clase, que es el momento donde Novecento se sale de las cuadraturas impuestas y se deja llevar, se deja vivir.
Un día, cuando un cuadro simplemente cae, cuando la gravedad lleva una obra al piso, es el momento donde nuestro personaje decide bajar, decide ver el mar desde el otro lado, decide agarrar de otro modo su paso.

Pero, de pronto nada. Uno… dos y… al tercer paso de la escalerilla, simplemente da la vuelta y regresa. ¿Qué paso? ¿Miedo, parálisis ante lo desconocido? ¿Nosotros, nosotras sí daríamos ese paso al otro lado de la escotilla?

Y no hace falta que Novecento esté en todos los rincones del mundo. No lo necesita. Sabe perfectamente como huele una calle de Londres, el perfume de una chica linda, o la caída del sol frente a la mirada de un niño.

Tiene una facultad aún más grande que su virtuosismo frente al piano, su imaginación, sus ojos brillantes que saborean todo lo que tocan, que absorben todo lo que ésta cerca de él.
Novecento es la posibilidad y pretexto de hablar del hombre autentico ese que dice Sartre es quien asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es, además un hombre quieto de espíritu inquieto, un hombre reflexivo en medio de su pasión. Un ciudadano del mundo que no es de ningún lado.

Con este monologo me asome –otra vez- a la necesidad/necedad de volver a escuchar, tocar, sentir, mirar, estar en todo rinconcito, en toda idea, pero sobre todo en la pretensión de saberme, saborearme en todo, en todos.

Gracias Novecento por morir en el barco, por saber con pasmosa claridad tu camino, y defender con dinamita en culo tu vida, tu muerte. Gracias Alessandro Baricco no por crear a Novecento, sino por dibujarlo, por describirlo, Novecento ahora toca, ahora se sabe libre entre musgos y mar.


[1] Baricco Alessandro, Novecento, Anagrama, Colección Compactos, traducción de Xavier González Rovira, 88 Páginas.

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