domingo, 1 de agosto de 2010

Un regalo para Tiamat.




Un regalo para Tiamat.

Fue sencillo, de pronto me llamas perra y yo te respondo: Sí mi amo, rehabilita a tu puta.

Tomábamos una copa entre motivos y azares, con un ritmo lento, juguetón, apetecible…Las miradas se montan en el acogimiento extrañado del otro, y sin más se abre paso a los dedos juguetones; mi falda era pequeña, unas medias negras y botines, por supuesto sin bragas ni recato, peluda e irreverente con labios fuertes que gritan. Me senté apenas en la orilla de aquella silla helada y los dedos me enseñaron a lo que sabe el café y un poco de cerveza. ¡Me encanta! ¡A mí concha le encanta! Mientras tanto nuestras palabras balbucean sobre los discursos de la muerte de los imperativos. Pero ¡basta! los cuerpos reclaman, y ya no existo, Descartes se equivoca, ya no pienso, ya no soy. Queda esa puta que quiere su regalo, quiere jactarse de sangre.
Salen corriendo y apenas alcanzan a esconderse detrás de un coche, pues tira con fuerza de la perra y su boca ya replica sobre el olor de una humedad que escurre, solo le dará su regalo si ella muestra primero su culo. Todo a cuatro patas, espasmos de grupa que reclama. Olfatea el pavimento, siente aún el calor de la última llanta y quiere la mordaza. Exige los cabellos en la cara, las marcas en las nalgas.
El regalo está por llegar, pero antes de llevarla al delirio prepara algunas estocadas. Pretende primero hacerlo con cuidado, pero ante la exuberancia no queda más que un Marduk que libera sus vendavales. Ha penetrado las cuevas, ha vulnerado sus mares que ahora se desbordan, que ahora son leche sobre las rodillas de quien alrededor corren las ratas.
Ella lo mira y lo besa, sabe que es la última vez y ninguna serpiente alcanza para ese abrazo tan largo. El amo se ofrenda, tampoco es, y ya no importa si fue, el sujeto es al fin una invención de la instrumentalidad de la razón y ésta, esa… no cabe aquí.


Marduk abre los brazos y sale del espacio que medianamente los cobijaba, la gente a su paso escamoteaba la escena, miraban, no entendían, escapaban.


-No más flechas en tu vientre perra mía, no más tiempo sin tiempo, ahora los ríos son tuyos. Ella socarrona y bella lo mira y alcanza a decir: Te comeré siempre.
No queda más, la calle amplia y transitada, el ruido de un viernes a las 11 de la noche y un hombre corriendo directo a cualquier coche, cualquier movimiento, cualquier vuelo. Pronto lo consigue, y el cuerpo de pronto salta y no logra caer, pues otro y otro, y otro automóvil lo embisten como danza irreparable, carambola extraviada.


Ahí está su regalo, apenas acomoda su falda mientras la ceremonia se ejecuta, se ha jactado de sangre, ya la perra está en delirio.


El erotismo da miedo porque se lleva las palmas en el exceso, se abre en la superabundancia y en lo ilimitado. Eleva el instinto a categoría de un arte de amor, y por lo tanto de vivir.
Sophie Chauveau



DIANA MARINA NERI ARRIAGA.

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