Mujer en reloj
Sabemos que una mujer, a las 12 de la noche,
aguardará en una oficina el llamado de un médico voyerista
que revisará los moretones en su seno
(cerquita del corazón),
para que toque (con permiso provisional)
el coraje de una vagina violentada.
Porque ella ya no guardará silencio
con camisas de cuello alto,
con maquillaje y con la compasión de las vecinas,
porque nadie cree que la viole su marido.
Mientras, otra mujer, a la misma hora,
esperará junto al teléfono
a que alguien (un poco más solo que ella),
con nombre falso (también como ella),
se masturbe cuando finja ser una rubia de 19 años
con pechos grandes, por 14 pesos el minuto.
Al cuarto para las 3 de la mañana
habrá alguna mujer que recueste su cuerpo sobre otro
(igual o diferente),
evocará el primer rubor de su vestido
y esperará calurosa la llegada de un orgasmo.
Otra, mientras tanto, se desvestirá de prejuicios
y camisones largos,
para acariciarse sola
y apaciguar la frigidez.
Una mujer bien peinada, a las 5 y media de la mañana,
vestida con traje sastre y bolso de mano,
cuidará que sus medias no provoquen tanto
y estirará su falda;
esconderá su anillo y el sueño en su boca
y caminará presurosa por las calles,
antes de ser asesinada
por ese anillo y ese bolso.
Al mismo tiempo, una mujer de tez morena
velará a sus muertos,
juntará leña y valor,
y maldecirá a los militares
(y a otros más cuyos nombres ya sabemos).
A las 6 una mujer despertará temprano,
bañará los sueños diurnos
(a los nocturnos los dejará reposar otro poco)
confirmará que el espejo ha envejecido
(que eso de vestir santos no le acomoda),
y que le quedan pocos años para tener un hijo.
A la misma hora, unos minutos más o menos,
una niña jugará por obligación con las muñecas,
aprenderá a estar callada
y se acostumbrará a poner la mesa,
a dejar la escuela,
a festejar sus quince años,
y esperar quien la mantenga.
Al mediodía, una mujer de corta edad,
escapará de la última clase para entender el amor
con largos pasos, con un poquito de pasto encima
y será feliz.
Al mismo tiempo, una mujer, de cierta edad,
saldrá del trabajo con el cabello suelto,
recibirá un piropo por sus lindas piernas,
volteará indiferente la cabeza
y será feliz.
Sabemos que una mujer a las 2 de la tarde
recibirá a la oficialidad del amor,
le servirá la comida, ahogará los trastes y sus quejas,
y recibirá el pago semanal por tener la casa limpia,
por planchar las camisas,
y por la entrada exclusiva para vaciarse entre sus piernas.
Mientras, otra mujer, encanecida por los tintes,
buscará en sus bolsillos algunas miradas postizas,
cantará lo que dura un cigarrillo,
dejará de pensar, finalmente,
en los hijos y en los nietos
y brindará con el televisor.
Entendemos, perfectamente, que a las 3 en punto,
una mujer saldrá de la casa de su amante,
preguntándose por qué en la cama (y en el piso)
ese hombre eyacula culpas y atavismos;
por qué habría que comprometerse,
casarse o tener hijos,
por qué no simplemente se comparte esa cama
y ese piso.
Un poco más tarde, una mujer de más de 45,
deja los libros (un segundo es suficiente),
y decide que valió la pena
apropiarse de su cuerpo,
correr a su compañero
(algunos besos son prescindibles),
ir al cine o al teatro,
y hacer con ello lo suficiente para olvidar
(olvidar un segundo solamente).
Muchas mujeres de 4 a 10 de la noche,
asistirán a la escuela o al trabajo
(a ambos también)
se sentirán complacidas con que afuera llueva
y sabrán caminar sin que nada duela (y sin paraguas).
Otras mujeres, mientras tanto,
en el mismo horario verán televisión
y maldecirán la interferencia en la pantalla
y a esa lluvia.
Una mujer, pasaditas de las 11,
escribirá un poema harto disidente
(había que completar 7 cuartillas),
pensará que la poesía le está negada
y se quedará dormida.
Y una mujer, exactamente a la misma hora,
leerá un poema (mal rimado pero disidente)
pensará que a alguien se le ha negado la poesía
(pero había que revisar 6 cuartillas)
y dormirá también.
Yiria Escamilla
Segundo lugar en la categoría de Poesía del concurso internacional
Año 2000: Memoria Histórica de las Mujeres en América Latina
y El Caribe, organizado por la Universidad de El Salvador,
en El Salvador, Centroamérica
y diversas organizaciones culturales y sociales.
Sabemos que una mujer, a las 12 de la noche,
aguardará en una oficina el llamado de un médico voyerista
que revisará los moretones en su seno
(cerquita del corazón),
para que toque (con permiso provisional)
el coraje de una vagina violentada.
Porque ella ya no guardará silencio
con camisas de cuello alto,
con maquillaje y con la compasión de las vecinas,
porque nadie cree que la viole su marido.
Mientras, otra mujer, a la misma hora,
esperará junto al teléfono
a que alguien (un poco más solo que ella),
con nombre falso (también como ella),
se masturbe cuando finja ser una rubia de 19 años
con pechos grandes, por 14 pesos el minuto.
Al cuarto para las 3 de la mañana
habrá alguna mujer que recueste su cuerpo sobre otro
(igual o diferente),
evocará el primer rubor de su vestido
y esperará calurosa la llegada de un orgasmo.
Otra, mientras tanto, se desvestirá de prejuicios
y camisones largos,
para acariciarse sola
y apaciguar la frigidez.
Una mujer bien peinada, a las 5 y media de la mañana,
vestida con traje sastre y bolso de mano,
cuidará que sus medias no provoquen tanto
y estirará su falda;
esconderá su anillo y el sueño en su boca
y caminará presurosa por las calles,
antes de ser asesinada
por ese anillo y ese bolso.
Al mismo tiempo, una mujer de tez morena
velará a sus muertos,
juntará leña y valor,
y maldecirá a los militares
(y a otros más cuyos nombres ya sabemos).
A las 6 una mujer despertará temprano,
bañará los sueños diurnos
(a los nocturnos los dejará reposar otro poco)
confirmará que el espejo ha envejecido
(que eso de vestir santos no le acomoda),
y que le quedan pocos años para tener un hijo.
A la misma hora, unos minutos más o menos,
una niña jugará por obligación con las muñecas,
aprenderá a estar callada
y se acostumbrará a poner la mesa,
a dejar la escuela,
a festejar sus quince años,
y esperar quien la mantenga.
Al mediodía, una mujer de corta edad,
escapará de la última clase para entender el amor
con largos pasos, con un poquito de pasto encima
y será feliz.
Al mismo tiempo, una mujer, de cierta edad,
saldrá del trabajo con el cabello suelto,
recibirá un piropo por sus lindas piernas,
volteará indiferente la cabeza
y será feliz.
Sabemos que una mujer a las 2 de la tarde
recibirá a la oficialidad del amor,
le servirá la comida, ahogará los trastes y sus quejas,
y recibirá el pago semanal por tener la casa limpia,
por planchar las camisas,
y por la entrada exclusiva para vaciarse entre sus piernas.
Mientras, otra mujer, encanecida por los tintes,
buscará en sus bolsillos algunas miradas postizas,
cantará lo que dura un cigarrillo,
dejará de pensar, finalmente,
en los hijos y en los nietos
y brindará con el televisor.
Entendemos, perfectamente, que a las 3 en punto,
una mujer saldrá de la casa de su amante,
preguntándose por qué en la cama (y en el piso)
ese hombre eyacula culpas y atavismos;
por qué habría que comprometerse,
casarse o tener hijos,
por qué no simplemente se comparte esa cama
y ese piso.
Un poco más tarde, una mujer de más de 45,
deja los libros (un segundo es suficiente),
y decide que valió la pena
apropiarse de su cuerpo,
correr a su compañero
(algunos besos son prescindibles),
ir al cine o al teatro,
y hacer con ello lo suficiente para olvidar
(olvidar un segundo solamente).
Muchas mujeres de 4 a 10 de la noche,
asistirán a la escuela o al trabajo
(a ambos también)
se sentirán complacidas con que afuera llueva
y sabrán caminar sin que nada duela (y sin paraguas).
Otras mujeres, mientras tanto,
en el mismo horario verán televisión
y maldecirán la interferencia en la pantalla
y a esa lluvia.
Una mujer, pasaditas de las 11,
escribirá un poema harto disidente
(había que completar 7 cuartillas),
pensará que la poesía le está negada
y se quedará dormida.
Y una mujer, exactamente a la misma hora,
leerá un poema (mal rimado pero disidente)
pensará que a alguien se le ha negado la poesía
(pero había que revisar 6 cuartillas)
y dormirá también.
Yiria Escamilla
Segundo lugar en la categoría de Poesía del concurso internacional
Año 2000: Memoria Histórica de las Mujeres en América Latina
y El Caribe, organizado por la Universidad de El Salvador,
en El Salvador, Centroamérica
y diversas organizaciones culturales y sociales.
2 comentarios:
Este poema me pareció genial y precioso.
Tanto que se lo 'regalé' a una gran amiga mía.
Y eso que me cuesta bastante andar atribuyendo porái adjetivos cuando se trata de poesía, eh (y no porque no advierta grandeza en este (des)género literario, sino porque me pongo medio cuadradilla por momentos, jejé).
Saludos.
Ati.
saludos Atí.
Los adjetivos por la poesìa pueden sobrar cuando la magía de la emoción brota en la lectura, pero uF!!! coincido contigo es genìal y precioso.
Abrazos virtuales
D
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