martes, 2 de noviembre de 2010

MUERTOS

MUERTOS

Alberto Híjar

Desde hace nueve años, un grupo de prostitutas de La Merced invitan a celebrar el día de muertos. Este año cerraron la calle de Cruces, entre Mesones y San Pablo, colgaron papel picado entre las dos aceras, instalaron su ofrenda en el tercio final de la calle cubierta de pétalos de cempoalzuchitl, desparramaron zapatos de tacón alto, formaron cruces en el suelo con flores y veladoras y recorrieron la calle con mascaras de calaveras y carrilleras donde portaban biles, espejos, condones y biberones para dar a entender su maternidad difícil. Las aceras y los extremos de la calle estuvieron repletas de espectadores y sólo falló el sonido que nunca instalo la Delegación apenas representada por los policías que tomaban nota e informaban por radio. Cineamano contribuyo a la ofrenda con sus asombrosas secuencias del tren del que suben y bajan indocumentados que se transforman en vías desoladas, vecindades habitadas por personajes tan efímeros como los trazos precisos de Pío sobre la placa del retroproyector cubierta de bicarbonato de sodio.



Ni folclorista ni rutinaria, la ofrenda preparada en la última semana de octubre, resulta de la convivencia y la reflexión sobre las muertes generalmente violentas o por efectos secundarios de las vidas infames como en el caso de Angélica que nunca atendió su mal hepático hasta que un coma la sacó de la calle donde fue enérgica defensora de sus compañeras que la vieron siempre como la hermana mayor capaz de enfrentar las agresiones de policías, militares e inspectores de calle ávidos de cuotas acordadas con padrotes y dueños de los hoteles. Todo esto concreta una ofrenda donde priva el clamor contra la muerte denunciada como violencia prevista, cotidiana, impune. Con caligrafía torpe por la falta de escolaridad, la denuncia dolorosa se acompaña de dibujos para reiterar la agresión como norma, tal como representa la breve actuación de la violación y el asesinato que cada año se repite con actrices improvisadas empeñadas en contradecir el mito de la vida fácil de las prostitutas.



El privilegio de estar en esta ceremonia de difuntas, se explica por la articulación resultante de años de trabajo organizativo, alrededor de 15, por el antropólogo Álvaro Angoa que ha logrado incorporar a la diseñadora gráfica Elsa Estrada al diseño de la propaganda, de los vestidos y de los objetos simbólicos. Elsa cosió una a una las carrilleras y fabricó las máscaras. A partir de este trabajo que el año pasado contara con un amplio local como sede, se atenúan las agresiones con denuncias y se formalizan posibilidades como la de un centro de alfabetización y esparcimiento. Esta es una necesidad urgente porque la fatiga de permanecer de pies con tacones muy altos entre servicio y servicio, no puede aliviarse en la calle o el hotel. Algunas tienen hijos pequeños que deben atender y no hay donde, ni pueden desprenderse del sitio asignado por el riesgo de sufrir golpizas y represiones de todo tipo. Álvaro las escucha, las apoya con trámites lentos y difíciles por el desprecio machista de las autoridades y asiste a reuniones de madrugada en las peligrosas calles del tradicional mercado gigantesco sin recibir a cambio más que gratitud. Logra así abrirle paso a la esperanza en medio de la muerte circundante concretada en los impedimentos para la vida personal y compartida. Esta dimensión vital hace del erotismo una sobrevivencia irreductible a la sola relación sexual. En la ofrenda del viernes 29, las máscaras propiciaron el milagro de la comunicación usualmente evitada en la oferta y la demanda sexual y por la desconfianza ante todo transeúnte que puede ser inspector o reportero amarillista a quien nada importa la afectación del secreto ante la familia y los vecinos.



La ofrenda fue anunciada como intervención de la calle para usar la terminología estética actual. No sólo fue intervención sino liberación de una calle donde todo se compra y se vende para transformarla en fiesta y don compartido. Algunos fuimos favorecidos al final con sendas cazuelas de arroz y mole, y todas y todos comimos pan de muerto y atole. Se trata de dar, de compartir, de solidarizarse por vía callejera opuesta a las vallas metálicas que impiden acercarse al Palacio Nacional y a la Suprema Corte de Justicia pese a los stands que sustituyen lo autentico con lo grandote y excesivo. Tras las vallas, fieros policías bien pertrechados esperan quién sabe a qué enemigo. El Centro Histórico de México está en estado de sitio para equipararse a la militarización de la vida, a la imposición de la muerte como vida cotidiana, a las obscenas declaraciones de Calderón amenazante y envalentonado por la impunidad de los asesinos de gente común y la matanza masiva de jóvenes en fiestas intervenidas por el Mal incontenible. El Mal impone el terror como vida cotidiana y lo alienta con llamados a la competitividad para que triunfe el más fuerte y a las inversiones extranjeras que han destruido la solidaridad y devastan la tierra, el aire, el agua. La condena a muerte por el Estado ha tenido en ofrendas de muertos como la de las 400 prostitutas organizadas en una parte de La Merced, una tregua de esperanza vital y erótica
1º noviembre 2010



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