Con Alejandra Pizarnick
y Silvia Plath me pasa la misma vaina. Tengo
una helada inclinación al abismo y una tibia predisposición a la muerte. Es
curioso -y siempre sucede así- al comenzar un viaje por su poesía, al descubrir
nuevos detalles de su vida, al transportarme en su contexto y espacio, cada una
tan distinta en acontecimientos y procederes, pero ambas tan rebosantes de
angustia, de esa mezcla amor odio por la vida, me surge circularmente la idea
de buscarlas y llevarlas a la primera escena de la película el Club del Suicidio (Japón 2002, Sion Sono), las tomo a ambas, una en cada costado y saltamos
muchas veces, como secuencia al infinito. Y para colmo la desolación que sentimos,
no se trastoca ni un ápice, no se detiene, hasta que todas regresan a sus
plumas, para desgarrarse desde sus singularidades. Hoy un 11 de febrero de 1963, Silvia Plath, teniendo 30 años, abrió la llave de gas y metió su cabeza
en el horno, no sólo para morir sino para empezar a ser lo que hubiese
querido.
Sylvia Plath estás
muy viva en mi existencia y muy constantemente pienso en ti.
Morir/Es un arte, como cualquier otra cosa./Yo lo hago
excepcionalmente bien./Lo hago por sentirlo hasta las heces./Lo hago para
sentirlo real./Podemos decir que poseo el don./Es fácil ejecutarlo en una
celda./Es muy fácil hacerlo y guardar la compostura./Es teatral.
DIANA MARINA NERI ARRIAGA.
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