viernes, 18 de abril de 2014

La ambivalencia sobre un excelente escritor con ideas de izquierda pero con todos los privilegios de un macho muy bien acomodado.

Como muy seguido me sucede (realmente a cada rato) vivo con ambivalencias, pero hoy se trata de un revoltijo de ideas y emociones en relación a la muerte del García Márquez. Por una parte, me parece triste ya no saber de nuevas letras de uno de los hombres que me enseñaron a conocer Colombia mucho antes de conocerla, a inventar también mi propio Macondo y colocar ahí mil historias de ruidos mágicos donde estaban mi versión escolar de esa mala hora o la mamá grande en toda la poética de sus funerales, me enseño a darle a la cotidianidad un toque mágico y de algún modo a él y a Galeano, “les debo” el ser “hiperbolera” como dirían esos hombres amados.


Y sí, yo también siendo adolescente leí 100 años de soledad y gracias a Jaime (por quien conozco Colombia y es un especialista del Gabriel) volví a redimensionar lo poderoso de ésta obra. Lloré y lloré con la Cándida y con esa canija a la n de la abuela desalmada; con crónica de una muerte anunciada y relato de un náufrago -a mis tiernos años púberes- les dio tema de reflexión existencial, y conocí en la literatura a mis primeras angustias; y alguna vez intentando hacer una crónica, me puse a buscar textos y textos de este señor periodista para intentar copiarlo. Como olvidar el discurso de “la soledad de américa latina” cuando recibió el nobel de literatura en esa década ochentera.


¡Zaz! Me acompaño como tantxs otrxs en años importantes, pero tampoco olvido que el dichoso Gabo es un misógino, hijo muy sano del patriarcado, que sus modos de abordar el tema amoroso no escapa para nadita de las perpetuaciones “románticas de la propiedad privada”, siempre colocándonos a las mujeres como el “objeto de deseo” las que lo damos todo por “sacrificio” y las perfectas “victimas” y que decir de las historias planteadas en “El amor en los tiempos del cólera”, “Doce cuentos peregrinos” o de las memorias de “mis” “putas tristes”.



Pregunto a los que ahora hablan vanaglorias de éste hombre y reparten citas por doquier, ¿Por qué no colocan esta? “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor con una adolescente virgen”.
Probablemente me dirás: “separa el autor de su obra” y lo hago, de otro modo no leería a casi nadie, pues en todxs y cada unx de nosotrxs, hay contradicciones, grandes contradicciones. Y en este caso lo nombraría como un excelente escritor con ideas de izquierda pero con todos los privilegios de un macho muy bien acomodado.
Con Foucault he aprendido sobre ¿Qué es un autor? ¿Qué es una obra?, sin embargo con todo y contradicciones y saber mirar al autor, saber mirar a la obra, si me parece – y por ello ahora lo afirmo- que seguimos cayendo irremediablemente en hablar de la muerte y sus tristezas, sólo cuando se trata de los “grandes” de la tele, la literatura, la música, y el arte… Pero ¿quién hace caso de las vidas y muertes cotidianas que no salen en los periódicos y no alcanzan siquiera a ser noticia? De las familias y las historias de los nueve cuerpos –por ejemplo- que hallaron apenas en una fosa clandestina en Guerrero, o las vidas de cada una de las 6 mujeres asesinadas a diario que según la ONU (como dato oficial) se reportan como feminicidios en este país, o del asesinato a Edgar, o de ese poeta que no es Paz, pero caray, escribe como abrazo de flores olorosas.


Apuesto y conmino por una visión crítica y heterogénea de los discursos y las posiciones, sin blancos o negros definitivos, pero sobre todo, invito a no vitorear por vitorear como click sistemático, a reflexionar sobre todas las complejidades de las personas y sus acciones, a informarnos –también- en caminos alternativos y disidentes y denunciar lo que haya que denunciar.
Fin de la ambivalencia.

DIANA MARINA NERI ARRIAGA.

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