¡Esta a punto de llegar! Me
preparo desnuda y muy emocionada.
He tardado horas en tenerlas
listas, pero me encantan. Esas fresas se ven rozagantes, rojas y listas para
que viajen y dentro del coño exploten a todo vapor.
Me coloco frente al espejo y abro
bien las piernas, acaricio uno a uno mis pezones, acomodo mis cabellos y le doy
dos, tres pellizcos a mi ombligo con quien tengo cierta complicidad ante los remolinos de galaxia y las humedades
contenidas. Por fin llegó a mi concha y ésta, insolente y ruidosa responde alegre
a la intromisión, se asoma suave y coqueta susurrándole a la fruta: “vengan, estoy muy
mojada para ustedes -adelante- las
envolveré muy bien”.
Mientras tanto, jugueteo con los
cabellos locos que reguardan toda la vulva, es un bosque inmenso, que juega al
desenredo en los dedos agiles y al encuentro con un granito de maíz que no
quiere perderse de las risas y de su día
que apenas va a comenzar. Y me muevo como pianista, aquí, allá.
Al abrir la puerta y encontrar su
llegada, sin más, tarareo y le pido se acerque, que mire mi cuerpo hinchado
ante un regalo muy especial.
Besos lentos y después
galopantes, ¡Oh que bien chupa! Después incoherentes sacudidas, una y otra más,
¡Polvo de nebulosas!
Mientras tanto, coño y fresas
mantienen su idilio, y la mar con sus oleajes de luna voraz ya quiere escurrir,
atiborrar el deseo y reclaman impetuosas que otras voces se les unan, por lo
que con voz ansiosa y tiernamente enérgica sostengo:
¡Come mi coño ahora!
Baja y toca los primeros labios,
se posa en mis gruesos cabellos y comienza a mordisquear, le pido lo haga
fuerte, más, fuerte, más fuerte, que un néctar espera.
Comienza el viaje al túnel, pero
de pronto se levanta con desconcierto y corre, corre al baño.
Mi cuerpo se tensa, la cascada de
modo abrupto se vuelve apenas un riachuelo y no me queda más que sacar a tres
fresas pálidas y desconcertadas que yacen a un lado de la cama, con espasmos de
interruptus…
“Tengo alergia a las fresas” me
recibe con los labios hinchados y ojos apenados.
Fin del idilio de las fresas y mi
coño. Mi ombligo apenas alcanza a sonreír socarrón antes de que lo sacuda y lo
cubra.
Estoy despeinada, pero… corremos
a la farmacia.
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