viernes, 25 de abril de 2014

Me gustan los disfemismos

He de compartir que uno –entre tantos- de los elementos que me fascinan de la construcción constante de lo que leo, entiendo y encarno sobre feminismo, es la resignificación que hago constantemente de las palabras. Cuando niña y aún joven, tenía cierta necedad de usar eufemismos y le daba un uso “políticamente correcto”, así intentando “cumplir” con algunas reglas del lenguaje, no caía en cuenta de lo colonizada que estaba; sin embargo de un tiempo para acá y poco a poco, soy partidaria de corromper de modo reflexivo y consciente las andanzas de un lenguaje “adecuado”, de reapropiarme y con ello arrebatar a los machos, los insultos y palabras con un origen patriarcal que pretendían ser burlas o vejaciones particularmente contra las mujeres y en el contexto específicamente sexual.

Me gustan los disfemismos y también me empodero con algunos de ellos. En un principio cuando escuchaba la palabra PUTA, enfurecía y argumentaba con fuerza por su no utilización al ser ofensiva, denostadora y muchos más etcéteras, sin embargo cuando leí sobre su fuerza etimológica desde la Putza y su primer uso griego como “mujer sabia” me sentí contrariada pero después tan contenta que la comencé a tomar como aspiración erótica-social.



Palabras como verga, pucha, papaya, puto, lencha, marica, guarra, pepa, culo, pito, entre una larga lista de sinónimos son ahora parte de un vocabulario erótico/postporno personal y consensuado, y precisamente de eso se trata: des-patriarcalizar, re-significar, re-apropiar, y con un lenguaje vívido, edifico nuevos placeres auditivos, que desde lo político me hacen gozar.
   

  

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