domingo, 7 de abril de 2013

A desdibujar el mundo: El mito de la monogamia

A desdibujar el mundo: El mito de la monogamia.

                                                                                             DIANA MARINA NERI ARRIAGA
Cuentan  mujeres y varones que cuando los dioses crearon al mundo, nada tenía un  sólo lugar, sino varios, muchos tejidos y caminos. Las mujeres sembraban hombres en invierno, para disfrutar de sus cosechas en verano. Hombres tuétano que sabían delicioso y que hablaban una lengua extraña, la lengua de los .



Las y los dioses disfrutaban viendo a sus retoños divertirse, jugar y retorcerse en ese paraíso de encuentro, todos y todas hombres, mujeres y dioses tenían un cuerpo libre y abierto para experimentar placer, goce y otras lisonjas que como resultado de sus acuerdos grupales, habían decidido compartir. Sin embargo desde los cielos Manea, "Dios de los corazones", convoco a algunos de sus hijos envidiosos para preguntarles que les parecía la organización del mundo. A la convocatoria participaron entusiastas, todos aquellos que no podían convivir con los humanos y estaban condenados a esconderse para observar por la mirilla del cielo. Entre ellos destacaba Trombú "guardián de las nubes", quien de inmediato cuestiono esa felicidad.

-¿Por qué son los hombres la cosecha y no al revés?-, Increpó.
Manea, quien era conocido por sus variaciones de carácter y su modo voluble de relacionarse con las mujeres, no supo que contestar. Entonces, todos los hijos, hablaron de lo que habían escuchado de otros poblados lejanos, donde las mujeres eran presas, sirvientas, esclavas, reses de utilización, y donde ni siquiera “se cosechaban” sino todas eran sacadas de una productora de costillas, y por ende resultaban, dóciles, obedientes y sumisas. Sabían que ese no era un mundo feliz, pues la mitad de éste se encontraba esclavizado y otros tantos no entendían porque si los dioses Rú yMa nos habían hechos iguales a partir de ser distintos, había razón para mandar unos sobre los otros.


Pero lo importante decían estos dioses envidiosos, era que podía establecerse un reinado donde los dioses se constituirían como la guía de la vida para los humanos y estos a su vez se erigirían como “trascendentales” ante otras especies; en fin un mundo triste y jerarquizado, y aunque nadie estaba contento, ¡Qué importaba! Se podía proclamar sobre el “orden natural del mundo”.

No más amor libre, ni verbos compartidos, sino acumulación de cuerpos, reglas para el espíritu, solidez para las jerarquías.

De esa reunión salió un acuerdo, que evidentemente todos los otros Dioses que no habitaban el cielo no aprobarían, particularmente las fuerzas de la oscuridad que sabían que con tales medidas romperían con el equilibrio de la creación, y por supuesto que se negaban a volver a los humanos en presas de sus ambiciones y enajenados de fe. Pero, poco importaron sus reclamos, Trombú buscó en la tierra a los hombres de codicia, a los que "veneraban" el poder y ansiaban "tener" aunque sea un poco de su velo, y con la hegemonía de los primeros alineados, declaro la guerra y organizo a las nubes para esconderlas atrás del prepucio  (el monte sagrado) y desde ahí, regodear con el sol todas las actividades.

Ya no había luna, ni noche. Reinaba un calor insoportable, las cosechas de hombres se secaron, y las mujeres dejaron de menstruar. Manea se encargo de dotar a humanos y dioses de una decepción infinita y la convirtió en el bastión de las emociones humanas, Las mujeres que danzaban voluptuosas dejaron de hacerlo y se fueron secando, algunos hombres bebían de su semen pero resultaba tan ácido que comenzaron devorar todo a su paso, "creyendo" que así volvería a sus delicias, pero por lo contrario, toda cosecha había terminado.

No quedó más, fueron a esas tierras donde había costillas e hicieron múltiples encargos. Las mujeres eran diseñadas de acuerdo a las peticiones de Trombú, quien previamente se despacho en la cena  -acompañado de vino blanco- a Rú y Má, los grandes padres/madres. Ahora sólo quedaba fijar las últimas reglas.

Para sofocar de una vez por todas la libertad y las posibilidades de renovar las esperanzas, era necesario establecer algunas reglas sociales. Ya no más consensos ni palabra abierta, sino determinaciones divinas que colocaban a la propiedad privada y la acumulación como pilares de la nueva historia. De ahí que los nuevos hombres, las nuevas mujeres comenzaron una guerra, y no contra los dioses, sino contra ellos mismos. En una primera batalla el hombre acumulo mujeres y las preño como garantía de su triunfo, y a esto le llamo familia. Inculco el miedo sobre el cuerpo y la sutil prohibición a la experimentación entre todos, particularmente contra ellas y le llamo decencia. Finalmente Manea al morir decretó: “El corazón –siempre lo hemos sabido- sólo late con mucha fuerza no sólo cuando está ante un humano, sino ante varios, ahí radica su poderosa capacidad de compartir, pero en una tierra estéril como la nuestra, nos corresponde privatizarlo, por tanto designo que el corazón dejará de sentir como lo hace hasta ahora, y no serán sino las instituciones las que decidirán a cuantos amar y cómo hacerlo, de no ser así, serán expulsados de esta panguea”.

Así pues nació la monogamia y el modo en que hoy nos relacionamos hombres y mujeres.

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